Dar razones de nuestra fe


Pedro decía que debemos estar siempre preparados para defender la fe que creemos ante todo aquel que nos pida razón, base, o justificación de por qué lo creemos (1 Pe. 3:15). A poco que pensemos nos daremos cuenta de que somos nosotros mismos los primeros que nos pedimos esas razones, porque sería de tontos admitir todo lo que nos dicen sin tratar de averiguar si hay algo de verosimilitud en ello. El Papa Benedicto XVI abunda en esta idea y dice en el prólogo de su libro Luz del Mundo: “la fe puede y debe ser explicada, porque es racional”. Y añade más adelante: “Es tarea de la Iglesia unir fe y razón en la mirada que va más allá de lo tangible y lo racional” (pág. 90) Yo no entiendo cómo hay tantos en la Iglesia de hoy que con lo que nos está cayendo encima con tantos argumentos contrarios a nuestra fe, publicados insistentemente en los medios de comunicación, estén en contra de que se hable de argumentos razonables de nuestra fe, arguyendo que los cristianos sencillos no estamos preparados para esto, o que la fe no es cuestión de razón, que es un don de Dios. Sí, quizá no estemos preparados para esto, pero si no empiezan a prepararnos alguna vez nunca llegaremos a estarlo; y es cierto que es Dios quien da la fe, pero a nosotros nos encargó enseñarla a las gentes, y ¿podrán creernos si no le damos razones para que nos crean?

Si no llegamos a convencernos de que nuestra fe tiene fundamentos racionales para creer lo que creemos, y que no es un invento de los hombres, como hoy quieren hacernos creer muchos que la atacan, nunca llegaremos a tener una fe firme, porque nuestra naturaleza nos lleva a rechazar todo lo que consideramos absurdo o fruto de la mentira. Nuestra fe se puede y se debe defender también desde la razón, porque Dios y la razón no son incompatibles.

Hoy la fe en Europa está fuertemente amenazada por corrientes ateas ampliamente difundidas por muchos medios de comunicación. Benedicto XVI en su libro ya citado nos dice que no podemos seguir como hasta ahora, que es tiempo de entrar en razones, de cambiar. La humanidad, dice, está ante una bifurcación; aceptar a Dios o expulsarlo de la sociedad. Y esto es lo que hoy se está decidiendo en Occidente.

Y pregunto yo: Si los ateos nos machacan todos los días metiéndonos por los ojos sus argumentos para no creer ¿podremos los creyentes sostener por mucho tiempo nuestra fe a base de ritos, oraciones y obras de caridad? ¿No necesitaremos conocer argumentos que puedan contrarrestar eso que se dice contra nuestra fe? El vacío que notamos en nuestras iglesias ¿no tendrá mucho que ver con esta falta de convencimiento personal de las verdades que confesamos y no sabemos defender?

Tanta información contradictoria como hoy llega a nuestro conocimiento nos obliga a tomar partido por una o por otra. Este fenómeno es nuevo en nuestra sociedad de hoy. Hace treinta años no teníamos este dilema. Todos estábamos convencidos, per se, de que Dios existía. La sociedad, el Estado, los centros de enseñanza, religiosos o no, y la prensa misma, todos daban por cierta su existencia. Hoy en todos estos sitios se pone en duda o se niega esa existencia, y esto nos obliga a los creyentes a replantearnos los fundamentos de nuestras creencias, primero para fortalecer los cimientos de nuestra propia fe y después para poder defenderla con algún grado de credibilidad ante quienes la atacan.

La masiva proliferación de medios de comunicación y sus dispares contenidos debido a la libertad de expresión es lo que caracteriza a esta nueva sociedad. Los creyentes, o estamos a la altura de estas circunstancias o la propia sociedad se encargará de marginarnos.

Yo procuro reforzar mi fe apoyándome en la reflexión sobre estos tres pilares: los misterios, los hechos históricos narrados en las Escrituras y en las propias experiencias personales. No estoy diciendo con esto que hay que fundamentar la fe en evidencias racionales, no, simplemente digo que me parece obvio aplicar la razón para analizar si es lógico o no creer lo que creo. Reflexionar sobre esto a mí me ayuda mucho a reforzar mi fe. Pero de esto trataremos, D.M. en el próximo número.

arriba
atras