¿De quien es la culpa, de Dios o de los hombres?


A una isla perdida en el océano llagaron cien familias y se establecieron allí. Cincuenta familias se establecieron en el norte y otras cincuenta en el sur. La tierra del norte era fértil y daba abundantes cosechas mientras que la tierra del sur era mala y producía cosechas raquíticas y escasas, y así, mientras los del norte vivían con toda clase de comodidades los del sur se morían de hambre

Un día llegó a la isla un reportero ateo, y viendo la extrema pobreza de unos y la abundancia de los otros pensó que este sería un buen argumento para extender su idea de que Dios no existe. Si existiera, decía él, no podía permitir la injusticia ni el mal, y puesto que estas cosas existen es evidente que Dios no existe. Animado con la idea de darse a conocer entre los isleños y llevarse la gloria de liberarlos de sus atávicas creencias religiosas, hizo un hermoso reportaje contraponiendo los lujos del norte frente a las miserias del sur, y cuando lo tuvo preparado convocó a todos los habitantes de la isla. Después de ver éstos el reportaje, los del sur decían: Tiene razón este hombre, no puede existir un Dios justo que permita que los del norte vivan tan bien mientras nosotros morimos de hambre. ¿Qué mal hemos hecho nosotros para que nuestras tierras sean paupérrimas o qué méritos han hecho los otros para sus tierras sean ubérrimas? Mientras éstos razonaban así los del norte decían: Tiene razón este hombre. Un Dios justo no puede permitir tanta hambre ni tantas calamidades como sufren los del sur, cuando ellos no han hecho ningún mal a nadie, pero ¿qué podemos hacer nosotros para evitarlo? Si los invitamos a que vivan con nosotros nos empobreceríamos todos, y todos viviríamos mal, y si le ayudamos con algo no remediaríamos su pobreza por mucho tiempo.

Mientras unos y otros hacían estos comentarios un padre que vivía en norte llamó a su hijo y le dijo: Anda, ve al sur, averigua qué necesita una de esas familias para salir de tanta pobreza y veamos en qué podemos ayudarla. Volvió el hijo y dijo al padre: No saben trabajar la tierra, no tienen maquinaria ni herramientas para trabajarla y necesitan agua para regar sus campos. Pues vayamos los dos, enseñémosle a trabajar la tierra, llevémosle maquinaria y herramientas y hagámosle un sondeo para que tengan agua. Así lo hicieron y desde entonces solo hubo cuarenta y nueve familias pobres en el sur. Si cada vecino del norte hubiera hecho lo que este padre y este hijo hoy no habría ninguna familia pobre en aquella isla, y todo sin que Dios tuviera que intervenir para nada.

Reflexión: Cuando un hermano tiene hambre él tiene un problema material, y nosotros tenemos un problema moral. Resolver estos dos problemas es cosa de los hombres que disponen de recursos para poder hacer algo, aportando cada cual según sus posibilidades. No echemos las culpas a Dios de aquello que podemos y debemos solucionar nosotros.