La dignidad del Hombre


Fundamento de la dignidad del Hombre

El concepto de dignidad humana está asociado al concepto de valioso o digno de respeto. Mientras el hombre se considere a sí mimo digno se sentirá satisfecho de vivir, pero si pierde este sentimiento su vida puede parecerle un infierno. De la misma forma si la sociedad considera que el hombre es un ser digno de respeto, tratará de respetarlo, pero si lo considera como un objeto al servicio de la sociedad no dudará en destruirlo en aras del provecho propio. Esto ocurrió en la primera mitad del siglo XX con los genocidios de Alemania y Rusia, propiciados por Hitler y Stalin. Para prevenir que estas barbaridades pudieran volver a ocurrir se pensó en fundamentar los derechos del hombre en su propia dignidad. Así nació la Carta de los Derechos Humanos. Pero si los derechos humanos los fundamentamos en la dignidad del hombre ¿dónde fundamentar la dignidad del Hombre?

Fundamentos de la dignidad del hombre. Recordemos que al hablar sobre qué es el hombre en el número anterior decíamos que hay dos formas de percibirlo: una que procede del pensamiento judeocristiano, según el cual el hombre es un ser creado por Dios a su imagen y semejanza, con un alma que trasciende a la vida eterna. La otra es la que procede del pensamiento ateo-laicista, según el cual el hombre es solamente un producto de la evolución de la materia, que Dios no existe, y en consecuencia tampoco existe en el hombre nada trascendente.

Según el concepto que se tenga del hombre, así se pretenderá fundamentar su dignidad sobre unas bases o sobre otras.

Fundamento cristiano de la dignidad del Hombre.

Para la teología cristiana la dignidad y la libertad del hombre se fundamentan en que ha sido creado a imagen de Dios, y en que Dios ha dejado en las manos del hombre la construcción de su propio destino mediante el uso de las facultades que Él mismo ha puesto en su alma. El Catecismo de la Iglesia Católica dice en su número 1700 que la dignidad de la persona humana está enraizada en su creación, es decir, en el hecho de que ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza. El hombre, según esta creencia reflejada en las Escrituras, no ha sido creado como las demás cosas del universo. Dios ha puesto en él algo que es imagen y semejanza suya, convirtiéndolo así en la obra predilecta de la creación. Si toda obra de un gran artista merece respeto y consideración tanto más lo merecerá la obra cumbre de este gran artista.

San Pablo hablando del cuerpo humano dice en 1ª Corintios, 6,19: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y que habéis recibido de Dios y que no os pertenecéis?” Esto es lo que da dignidad a todo hombre, el que por el mero hecho de ser hombre lleva en su cuerpo la marca de que es creatura de Dios (el alma) y que por voluntad de Dios el destino de esa alma depende de lo que libremente decida hacer con ella.

El número 1730 del mismo Catecismo dice: “Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos”, y añade: “Quiso Dios dejar al hombre en manos de su propia decisión de modo que busque a su Creador sin coacciones”. Si el hombre tiene que labrarse su destino haciendo uso de su razón y de su voluntad, deberá tener libertad para usar esas potencias en la forma que considere más favorables para la mejor consecución de su propio destino, sin entorpecer con sus comportamientos el destino de los demás. El número 1747 dice que el derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad del hombre, especialmente en materia religiosa y moral. Y aclara a continuación: El ejercicio de la libertad no implica el supuesto derecho de decir ni de hacer todo. Parece lógico que si nuestro destino va a depender de nuestros comportamientos tengamos que tener libertad para elegir éstos, porque si otros nos obligaran a actuar en un determinado sentido no podrían pedirnos responsabilidades de lo que otros no hayan obligado a hacer.

Si tan claro está que nadie puede moralmente obligarnos a obrar en contra de lo que nuestra conciencia nos dice, ¿por qué la Iglesia quemaba gente en la hoguera cuando no obraban como ella quería? Esto ocurrió en tiempos de la Inquisición, y las cosas no sucedieron tal y como lo cuenta la Leyenda Negra.

El periodo de la Inquisición. (Los datos sobre la Inquisición han sido tomados de la web buenanueva.net/teologia, Círculos Teológicos, que es un servicio gratuito de evangelización aprobado por la Iglesia)

La Inquisición en España duró desde 1478 que fue instaurada por los Reyes Católicos hasta 1834 que fue abolida durante el reinado de Isabel II. Los protestantes, enemigos de la Iglesia Católica, fueron los encargados de difundir la historia de la Inquisición, y la contaron con la intención de hacer el mayor daño posible a esta Iglesia. Para juzgar qué pasó durante esa época tenemos que trasladarnos a la mentalidad y costumbres de aquel momento, muy diferentes a la mentalidad y costumbres de nuestro tiempo. En aquel tiempo no solamente torturaban los tribunales eclesiásticos, también lo hacían, y en mayor medida, los tribunales civiles. La periodista venezolana Marina Jacinto dice que las actas indican que las torturas y los autos de fe (muerte en la hoguera) no fueron tantos como se ha contado, ya que la abundante literatura anti-Inquisición publicada en los países protestantes abultó sobremanera las cifras.

En cuanto a la quema de brujas, -pecado del que se acusa tanto a la Iglesia Católica- según las estadísticas ahora descubiertas, se puede comprobar que morían más en los países protestantes a manos de los tribunales civiles, que en países católicos a manos de la Inquisición.

Contrario a lo que han difundido los enemigos de la Iglesia, la Inquisición fue diseñada para proteger a los acusados de las abundantes denuncias falsas que hacían contra los cristianos, y la verdad es que fueron más las personas exoneradas que las condenadas. Los acusados preferían los tribunales de la Inquisición a los Civiles. Se conocen casos de personas que blasfemaban para ser llevados por ese motivo a la Inquisición, donde serían tratados con más ecuanimidad y justicia que en los tribunales civiles.

Tenemos que considerar que lo que hoy puede parecer un horror, hace siglos eran prácticas comunes en aquellos tiempos, por lo que la tortura no era un abuso exclusivo de los tribunales religiosos sino que era práctica común en todos los Tribunales de justicia.

El Periodista Víctor Messori (co-autor de varios libros de Juan Pablo II), dice que muchos de los ataques contra la Inquisición fueron alentados por “la propaganda protestante en el marco de la lucha contra España por la hegemonía en el Atlántico”. La Inquisición la explica diciendo que “Así como las autoridades de hoy en día consideran su obligación la tutela de la salud de los ciudadanos, la Iglesia católica de aquel tiempo estaba convencida de tener que responder ante Dios de la salvación eterna de sus hijos. Salvación que corría peligro a causa del más tóxico de los venenos: la herejía.” Imagen de intransigente y fundamentalista de la Iglesia Católica. La Iglesia tiene fama de ser intolerante e intransigente con quienes no piensan como ella. Parte de esta mala imagen procede de la Leyenda de Negra de la Inquisición y parte también es culpa de que no se conozca la verdadera misión de la Iglesia. La principal misión de la Iglesia es enseñar lo que Cristo enseñó. Ese es el mandato que Cristo les dejó: “Id pues y haced discípulos a todas la gentes bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”. la Iglesia tiene la obligación de enseñar a las gentes lo que Cristo enseñó, no puede autorizar a ninguno de sus feligreses, por muy docto que se considere, a que enseñe en nombre del progreso, de la ciencia, o en el suyo propio cosas contrarias a las que la Iglesia considera que son enseñanzas de Cristo. La Iglesia desde sus inicios ha funcionado de forma colegiada bajo la dirección de un “Pastor Supremo” elegido por Cristo (Pedro) a quien prometió la asistencia del Espíritu Santo. Los Papas sucesivos se consideran sucesores de Pedro, y los Obispo sucesores de los apóstoles. El Papa y los Obispos hoy, como antes los apóstoles reunidos con Pedro, son quienes a la luz de las Sagradas Escrituras determinan cuales son las verdaderas enseñanzas de Cristo, y a partir de ahí todos los miembros de la Iglesia deberán aceptarlas. Quien no esté de acuerdo puede abandonar libremente la Iglesia católica e ir a otra confesión religiosa, o a ninguna, pero no podrá enseñar en nombre de la Iglesia cosas contrarias a las que enseña la propia Iglesia Católica.

Fundamento laicista de la dignidad del hombre.

(Los datos que siguen han sido tomados de la revista Humanizar, num 129 Julio- Agosto 2013; Firma el artículo Francesc Torralba, Cátedra Etnos de la Universidad Ramón Llull)

Al ser muchos hoy los que no creen en Dios se ha impuesto la necesidad de buscar un fundamento lógico no religioso para mantener de alguna forma la dignidad del hombre. Este fundamento lo han encontrado en el consenso.

Uno de los filósofos actuales que más intensamente ha reflexionado sobre el fundamento de la Ética en una sociedad laica, es Jürgen Habermas. Este autor defiende que la dignidad es inherente a todo ser humano y entiende que esta dignidad es el fundamento tácito de los derechos civiles, y la base fundamental de las sociedades decentes. La dignidad, a su juicio, no es un atributo que deriva del actuar humano, tampoco de su estatuto o de su talento. Es algo que se atribuye a todo ser humano por el mero hecho de serlo. Por ello, defiende la idea de dignidad inherente, inalienable, como algo que va asociado a todo ser humano más allá de sus características físicas, mentales, emocionales o espirituales. Entiende que las nociones religiosas pueden contribuir a tejer la base conceptual y moral de nuestras sociedades plurales y de nuestros estados aconfesionales, y admite que, en último término, no es posible fundamentar la dignidad en términos laicistas más allá de un consenso tácito o explícito entre los ciudadanos. La idea de la dignidad humana es el eje conceptual que conecta la moral del respeto igualitario de toda persona con el derecho positivo y el proceso de legislación democrático.

Ciertamente, cuando las declaraciones clásicas de los derechos humanos se refieren a los derechos 'innatos' 'inalienables', o a derechos 'naturales', delatan sus orígenes religiosos y metafísicos (...), pero para un estado secular (laicista) tales afirmaciones funcionan primordialmente como parámetros de sustitución.

En efecto, la dignidad es la base, el sustrato de la equidad entre los seres humanos. En la doctrina social de la Iglesia se subraya el hecho de que todo ser humano posee una dignidad sublime y que esta dignidad es idéntica entre todos. Los seres humanos son distintos en cuanto a propiedades, caracteres y dones recibidos, pero son iguales en cuanto a su dignidad, lo que significa que poseen los mismos derechos, independientemente de sus rasgos y de su desarrollo vital. Muchos pensadores cuestionan con argumentos la supuesta dignidad inalienable de todo ser humano y en su empeño de desacralizar los conceptos nucleares de la filosofía occidental, vacían la idea de dignidad de su fundamento teológico para convertirla en un recuerdo del pasado.

En la mitad del siglo pasado existía un consenso tácito entre el humanismo laico y el humanismo cristiano, y en ambos se reconocía al ser humano como un ente dotado de una dignidad inherente. De este modo tenía sentido y recorrido de futuro edificar un humanismo ecuménico. En la actualidad, desde el denominado humanismolaico subsisten críticas muy potentes a la idea de que el ser humano posee una dignidad intrínseca. Algunos filósofos ponen en tela de juicio tal noción y plantean una crítica fundamental a uno de los cimientos de nuestra civilización occidental.

Quizás el recuerdo de las humillaciones y de la vulneración de los derechos (piénsese en los genocidios llevados a cabo en Alemania y Rusia) active la noción de dignidad y lleve a los nuevos pensadores a buscar fundamentos mas sólidos que pongan fin a las críticas que hoy se hacen sobre los cimientos laicos de la dignidad del hombre.

Mi comentario final. Francesc Torralba termina su artículo diciendo que en la actualidad los filósofos del humanismo laico lanzan críticas muy potentes contra la idea de que el ser humano posea una dignidad intrínseca.

Según lo que yo entiendo, el fundamento cristiano de la dignidad humana radica en que el cuerpo del hombre mientras está vivo (sea sabio o ignorante, enfermo o sano) es portador de un alma eterna que está relacionada con un destino eterno mientras permanezca en ese cuerpo. Por lo tanto debemos tratar con todo respeto ese cuerpo para no perjudicar al alma que lleva dentro. Si al hombre le quitamos el alma y lo dejamos reducido a simple animal, solo nos queda el consenso para fundamentar la dignidad humana, argumentando que somos seres racionales, y como tales debemos establecer leyes (La Carta de Derechos Humanos) para facilitar nuestra propia convivencia.

Pero si fundamentamos la dignidad del hombre en el consenso por motivos de convivencia humana ¿qué pasaría si decidimos eliminar a los viejos, a los discapacitados, a los vagabundos, o a un grupo determinado de personas porque no altera la convivencia humana? Y si consensuamos que determinada ideología política altera nuestra convivencia ¿Podríamos eliminar a quienes participan de esa ideología?

Creo que hacia estas reflexiones apunta Francesc Torralba cuando sugiere que los nuevos pensadores del laicismo busquen fundamentos más sólidos que pongan fin a las críticas que hoy se hacen sobre los cimientos laicos de la dignidad del hombre.

La sugerencia de algunos laicistas actuales como José A. Molina, filósofo experto en temas de enseñanza, es que las morales de las religiones se sometan a principios éticos de nivel superior, pero no dicen cuales son éstos ni las razones por las que esos principios son de nivel superior a las morales religiosas.

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