¿Qué es la fe?


La fe puede entenderse como creer que algo es cierto en razón de quien lo dice, o porque nuestros razonamientos nos inducen a tomarlo como cierto aunque no haya demostraciones o evidencias claras de esa verdad. El siguiente relato a modo de parábola puede ayudarnos a comprender que es la fe humana.

Había un señor muy ric o que tenía dos hijos, y construyó una lujosa mansión para cada uno de ellos. Cuando el señor murió, el que había sido administrador del padre llamó a los dos hijos y le confió el siguiente secreto: En vuestras casas hay enterrado un gran tesoro. Para recuperarlo hay destruir toda la casa porque el tesoro está distribuido por toda ella. ¿Y tu como lo sabes?, preguntó uno de los hijos. Porque yo mismo ayudé a ocultarlo por orden de vuestro padre. ¿Y por qué nuestro padre no nos habló nunca de esto? preguntó el otro hijo. No lo se, dijo el criado, solo se me dio la orden de comunicároslo cuando el muriese y esto es lo que estoy haciendo..

Con el tiempo los hijos dilapidaron toda la fortuna, y los acreedores le amenazaban con la cárcel si no pagaban sus deudas. Entonces uno pensó: Si vendo la casa obtengo dinero para pagar las deudas y me libro de la cárcel, y si la derribo para buscar el tesoro y no hay tal, me quedo sin la casa y tendré que pasar mi vejez en la cárcel. Y decidió “ir a lo seguro”, vendió la casa, pagó sus deudas y vivió pobremente el resto de sus días. El otro pensó: ¿Por qué no creer al criado si siempre fue un fiel servidor y asegura que él mismo ayudó a ocultarlo? Y fiándose del mayordomo derribó la casa, encontró el tesoro, pagó sus deudas y salió de la pobreza.

Esto es la fe humana, la fe en los hombres, que es fiarse de otros porque tienen más conocimientos o mejor información que nosotros sobre el tema en cuestión.

Dios es el padre que tiene una gran herencia; la Iglesia es su fiel administrador que por medio del Hijo ha recibido el encargo de comunicarnos los deseos del Padre, y nosotros somos los hijos de Dios que podemos o no confiar en su administrador. Podemos dilapidarla o no, es herencia porque somos libres para hacerlo o dejar de hacerlo. También somos libres para aceptar o rechazar sus consejos cuando perdido la herencia queramos recuperarla, pero tendremos que apechar con las consecuencias que se deriven de las decisiones que tomemos, ya que no está en nuestra mano rechazar esas consecuencias, como le ocurrió al hijo que no confió en el administrador del padre y tuvo que vivir pobremente el resto de sus días.

La fe cristiana.

La fe cristiana consiste en aceptar como ciertos los dogmas que la Iglesia nos propone como verdades reveladas por Dios. La Iglesia no habla en los dogmas por su cuenta, habla de lo que Dios ha revelado a algunos hombres, y estos lo han manifestado de palabra o por escrito en las Sagradas Escrituras. ¿Y como sabemos que Dios ha revelado esas cosas? Fiándonos de aquellos que dicen haber recibido la revelación, es decir, de Cristo y de los Profetas. Tanto Cristo como los Profetas dieron muestras sobradas de ser personas elegidas por Dios para transmitirnos sus mensajes, y por eso los creemos.

Los dogmas no provienen de descubrimientos científicos, ni de axiomas filosóficos, ni del parecer de los teólogos. Son verdades contenidas en las Sagradas Escrituras, y el fundamento de que es verdad proviene de la autoridad de Dios. Dios, por medio de sus profetas y del mismo Cristo, ha revelado eso, y Dios ni puede engañarse ni puede engañarnos. Ese es fundamento de la verdad que encierra el dogma

La revelación de Dios puede ser pública y privada. Se considera revelación pública la transmitida a través de la Escritura y de la Tradición de la Iglesia, y va dirigida a toda la humanidad. Las revelaciones privadas no añaden nada fundamental a las revelaciones hechas por Jesucristo, y son hechas en determinadas circunstancias. Ejemplo de estas revelaciones son las hechas a santa Margarita María Alacoque referentes a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, o las hechas por la Virgen de Lourdes o de Fátima respecto al rezo del Rosario. Aunque la Iglesia admite estas revelaciones no están consideradas como dogmas. El Catecismo de la Iglesia Católica dice sobre estas revelaciones que no pertenecen al deposito de la fe. Su misión no es la de completar o mejorar la Revelación definitiva de Cristo sino ayudar a vivirla mas plenamente (CIC 67). En tanto en cuanto estas revelaciones nos ayudan a vivir más plenamente la fe, son muchísimos los católicos que creen en ellas y aceptan y practican cuanto en ellas ha sido revelado.

Conocer a Cristo.

Hemos dicho que la fe es creer lo que dice otro porque lo consideramos digno de crédito. Para considerarlo digno de crédito tendremos que conocerlo. Pero como podemos conocer a Cristo si no nos relacionamos con él?

Conocer a una persona no es saber como se llama, donde vive y quien es su familia. Ni basta con que nos cuenten su historia. Llegamos a conocerla a través del trato continuo. Para conocer a Cristo tendremos que relacionarnos con él. ¿Y como podemos relacionarnos con él? A través de la oración. No puede conocer a Cristo quien no reza. Sin la oración no es posible mantener viva la fe. A lo más se podrá mantener un remedo de la fe.

Así como en el conocimiento de las personas hay muchos grados de conocimiento también en conocimiento d Dios y de Cristo existen diversos grados de conocimiento. Los apóstoles convivieron tres años con Cristo, y creían que lo conocían, pero cuando murió crucificado dejaron de creer en él. Todavía no lo conocían, no sabían quien era. Fue preciso que viniera el Espíritu Santo sobre ellos para que le infundiese el conocimiento de quien era en realidad su Maestro. Desde que lo conocieron a través del Espíritu ya no dejaron de creer en él y de predicar su doctrina. Para conocer a Dios y a Cristo no basta con conocer su historia, y sus milagros, es necesaria la acción del Espíritu Santo, y este conocimiento sólo se adquiere a través de la oración, no por medio de la ciencia ni de nuestros razonamientos .

Cuando Cristo preguntó a los apóstoles ¿Y vosotros quien decís que soy yo? Simón Pedro dijo: Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús le respondió: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. (Mt 16,13-17) El verdadero conocimiento de Dios nos viene de Él mismo que se nos revela por medio de Espíritu Santo, pero, pienso yo, será difícil que esto ocurra si nosotros lo rechazamos.

¿Es necesaria la fe para nuestra salvación?

Cristo ha sido bastante claro en este punto. Estas son algunas de sus duras afirmaciones:

"El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea se condenará” (Mc 16,16).

"El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanecerá sobre él" . (Jn 3,36)

"El que no cree, ya está juzgado" (Jn 3,18)

Citas de este tipo podemos encontrarlas abundantemente en los evangelios ¿Por qué da tanta importancia a la fe? ¿Qué más da creer que no creer –dicen algunos- si al final lo que cuentan son nuestras buenas obras? Pues no, según Cristo parece que no es así. Para salvarse se necesita algo más que las buenas obras. ¿Quiere decir esto que se puede condenar una persona por no creer en Jesucristo, o en Dios, aunque haya hecho muy buenas obras? Según los teólogos, la salvación no depende de esta o aquella obra concreta, sino de un conjunto de actitudes con relación a Dios. Recalcamos: actitudes con relación a Dios, no con relación a los hombres. El buen comportamiento con Dios es el que salva. El buen comportamiento con los hombres es requerido también para la salvación en razón de que Dios así lo exige.

La salvación consiste en que Dios nos perdone las ofensas hecha a Él, y sólo Él puede perdonarlas. No es cuestión de buenas obras, es cuestión de que Dios nos perdone las ofensas que le hayamos hecho, y no creer en Él puede ser ya una ofensa hacia Él, según las circunstancias que hayan dado lugar a esa increencia. Por eso no es de extrañar la dureza de las palabras de Cristo cuando se refieren a la falta de fe: el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida. El que no cree ya está juzgado , porque el que no cree está faltando a Dios. El primer mandamiento de la Ley de Dios es amarlo sobre todas las cosas, ¿y cómo podremos amarlo si no creemos en Él? De todo esto se infiere que lo primero para salvarse es creer en Dios, y creer que hay salvación o condenación. Esto no es un invento de los curas. Son palabras de Cristo, y creo que no se necesitan muchos argumentos más para reconocer que las palabras duras de Cristo en orden a la fe tienen su justificación.

Entonces, dirá algún ateo, ¿es que todos los que no creemos en Dios nos vamos a condenar?. Según las palabras de Cristo parece claro que todos los que no creen en Dios por culpa suya se condenarán. Él ha dicho: “el que no crea se condenará”. Yo he resaltado “por culpa suya”, porque parece evidente que si el no creer es por circunstancias ajenas a quien no cree entonces no puede haber culpa, y Dios no puede castigar si no hay culpa. Pero uno que rechaza la fe sin haber hecho las diligencias a su alcance para comprobar su veracidad, sí puede ser culpable de su increencia, y en este caso sí pueden serle de aplicación las palabras de Cristo.

REFLEXIONES PARA VIVIR LA FE

Tres son las condiciones esenciales para vivir bien la fe católica: La primera es conocer las verdades de fe que enseña la Iglesia; la segunda conocer las razones para creer que esas verdades son ciertas. Esto se requiere para el convencimiento personal de que nuestra fe es razonable y logica; y la tercera es vivir con coherencia esas verdades en las que creemos.

La fe debe ser bien conocida. Si no la conocemos bien mal podremos vivirla bien, por mucha voluntad que pongamos en ello; cristianos hay que viven su “su” fe, pero que no es precisamente la que enseña la Iglesia. Tienen buen corazón, ayudan a su prójimo, y tienen una fe ciega en el santo de su devoción, pero van poco a la Iglesia, no practican los sacramentos y pasan de lo que diga la Iglesia. No les preguntes por que creen lo que creen; lo creen con una fe ciega y eso les basta. Es la fe del carbonero, y esta no es la fe que pueda mover a la sociedad de hoy , ni es la que pide hoy la Iglesia. Así lo dijo Juan Pablo II. Hoy se nos pide una fe asentida, y que podamos dar razones creíbles de por qué creemos en lo que creemos.

La fe debe ser anunciada de forma creíble. La fe, además de ser creída por nosotros, ha de ser creíble a la luz de la razón para que pueda ser aceptada por aquellos a quienes se la proponemos. Benedicto XVI así lo dice en el prefacio de Luz del Mundo: “La fe de la Iglesia puede y debe ser explicada, porque es racional”. Aunque la fe es don de Dios, el poder dar razones de por que creemos fortalece nuestra fe y ayuda a que sea acogida por aquellos a quienes se la proponemos.

No es lo mismo creer en el Dios de los cristianos que creer en brujas o en el ratoncito Pérez, por más que los ateos se empeñen en propagar esta idea. Nuestras creencias, como bien señala Benedicto XVI tienen un soporte lógico, y desconocerlo es exponerse a caer en las redes ateísta que se cuelan en nuestros domicilios por la tele, la prensa o cualquier otro medio de comunicación con pa pretensión de hacernos creer que creer en Dios no tiene sentido.

Finalmente la fe ha de ser vivida. La fe sin obras es fe muerta, pero las obras sin fe son también obras muertas para la vida eterna. La fe hemos de vivirla en comunidad, porque la fe vivida en soledad se pierde fácilmente, Hemos de rezar en comunidad, (la oración es alimento de la fe), hemos de celebrar los misterios de la fe junto con otros y junto con otros tenemos que buscar nuestra formación. Y para esto es recomendable que aparte de asistir a la Santa Misa donde las homilías tratan de formarnos en la fe acudamos también a centros o grupos de formación religiosa donde de una manera más amplia se explica cuales son estas creencias y cual es el soporte lógico en que éstas se basan.

Reafirmar nuestra fe es un tema fundamental para todo cristiano, porque de lo firme que sean nuestras creencias dependerá nuestro compromiso con la vida cristiana. Sólo podremos convencer a otros de las verdades de nuestra fe si nosotros estamos convencidos de ellas. Ya Benedicto XVI en su libro Luz del Mundo, daba pistas sobre cómo deberíamos abordar el problema de la increencia que hoy lleva a la gente a abandonar las iglesias. Allí decía: “los cristianos lo primero que tienen que hacer es conocer las razones por las cuales creen, y después exponerlas en medio de la sociedad en que viven. Este proceso es propiamente la gran tarea que se nos encomienda en esta hora”. El proceso lógico de todo apostolado es: Primero convéncete tu de que tienes razones para creer lo que crees, y cuando te hayas convencido de tu verdad podrás proponérsela a los demás. Solo una fe bien fundamentada podrá afrontar hoy los numerosos ataques que constantemente se dirigen contra ella desde los más diversos medios de comunicación.