DE LOS SACRAMENTOS EN GENERAL
Por Jesús Hernández Criado
Parce que los sacramentos son hoy los grandes desconocidos, incluso de muchos que se dicen católicos practicantes. Hoy son pocos los que dan valor al bautismo, a la misa, al sacramento del matrimonio… y sin embargo esto es lo que tenemos de más valor en la Iglesia. Por algo el Catecismo de nuestra Iglesia dice en el número 1116 que los sacramentos son “las obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza”. ¿Y quién ve hoy una obra maestra en algún sacramento?
Nadie da valor a lo que no conoce. El el valor de los sacramentos no radica en los efectos legales que puedan producir, está en la gracia que nos trasmite Cristo a través de ellos, y la gracia de Dios es lo que tenemos de más valor en este mundo y en el otro. Hoy ya no nos basta con creer y practicar lo que enseña la Iglesia como venimos haciendo desde hace mucho tiempo, necesitamos comprender esas enseñanzas. Del conocer y comprender viene el convencimiento, y del convencimiento nos viene la fe verdadera. Sin una fe bien fundamentada es normal que con tanta información como nos llega de todas partes en contra de ella nos sintamos tentados a abandonarla.
Qué son los sacramentos. El P. Astete en su célebre catecismo decía que los sacramentos son señales exteriores instituidas por Cristo nuestro Señor, para darnos por ellas su gracia y las virtudes. Otros los definen como ritos que celebramos los cristianos para pedir a Dios que nos dé las gracias propias del sacramento que celebramos. Los sacramentos no tienen nada que ver con los contratos civiles. Cuando se dice que el matrimonio por lo civil es mejor o peor que el de la Iglesia se está demostrando la gran ignorancia que hay este tema. Son cosas distintas, no tienen comparación. En el matrimonio por lo civil los contrayentes piden a la autoridad competente que de fe de que el acto se ha realizado conforme a la legalidad vigente. En el matrimonio por la Iglesia los contrayentes se dirigen a Dios y le piden las gracias necesarias para vivir santamente el matrimonio. Si no se celebra el sacramento del matrimonio con esta intención lo más probable es que no produzca ningún fruto espiritual, aunque lo administra el Papa.
¿Y qué es la gracia de de Dios? Sin entender esto no podemos entender nada de los sacramentos, ni de Cristo, ni de nuestra Iglesia, porque Cristo vino para darnos la gracia santificante, y todas las actividades de la Iglesia van encaminadas a ayudarnos vivir en gracia de Dios. Algunos definen esta gracia como un don gratuito que Dios nos da sin merecimiento alguno por nuestra parte, y que nos hace este favor para ayudarnos a conseguir la vida eterna, no para vivir mejor en este mundo, aunque también puede contribuir a esto de alguna manera. La gracia de Dios es sobrenatural, no material, y esto hace que no podamos mostrarla a los demás, pero sí podemos sentir sus efectos. Es un don interno y sobrenatural que que actúa en nosotros ayudándonos a conseguir la vida eterna.
Un ejemplo de lo que es la gracia de Dios podría ser el que nos cuenta el intelectual francés André Frossard desde la experiencia vivida en su juventud. Nos la cuenta así: Habiendo entrado a las cinco y diez de la tarde en una capilla del barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra. Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda salí algunos minutos más tarde católico apostólico romano. No puedo dar razones psicológicas inmediatas o lejanas porque esas razones no existen. ¿Y qué fue lo sintió? Lo describe así: “Una alegría que no es sino la exultación del salvado, alegría del náufrago recogido a tiempo”.
La gracia de Dios nos ayuda a comprender cosas que sin su ayuda no podemos descubrirlas por nosotros mismos. Podemos asegurar que esta gracia existe, y quienes la hemos sentido alguna vez sabemos por experiencia propia que es la mayor felicidad que podemos sentir en este este mundo.
Otro ejemplo de los efectos que produce la gracia de Dios podemos intuirlo leyendo en cualquier evangelio lo que les ocurrió a los apóstoles con la venida del Espíritu Santo sobre ellos. Los cambió totalmente. No siempre es percibido el efecto de gracia con tanta fuerza como en los ejemplos anteriores. A veces no percibimos ningún efecto, pero siempre que estemos en gracia de Dios ésta está ayudándonos en nuestra salvación.
Cómo conseguir y conservar la gracia de Dios. Para conseguir la gracia
Dios es necesaria la comunicación con Dios. Sin esta comunicación no hay
gracia, porque toda ella viene de Él. Esta comunicación se realiza mediante la oración y la práctica de los sacramentos. Si una vez recibida queremos conservarla tendremos que seguir cuidándola, tendremos seguir rezando y realizando las prácticas religiosas que nos guían en el camino de la salvación. Recuerda lo que le contestó Cristo al rico que le preguntó qué hacer para salvarnos: Guarda los mandamientos. ¿Cuáles? Todos, y para guardar los mandamientos necesitamos la ayuda de la gracia.
¿Cuántos sacramentos hay? La Iglesia católica reconoce los siete siguientes como instituidos todos por Nuestro Señor Jesucristo: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal, y Matrimonio. Los cinco primeros son necesarios para nuestra salvación y pueden recibirse de hecho, o por deseo cuando no se pueden recibir de hecho. Los sacramentos del orden sacerdotal y el del matrimonio son de voluntad. No son necesarios para nuestra salvación.
¿Son necesarios los sacramento para salvarnos? Solo Dios sabe quién se salva y quién no, pero de sus palabras podemos colegir que quien desprecia conscientemente y voluntariamente los sacramentos está renunciando a su salvación. San Juan nos dice en su evangelio: “el que cree en él (en Cristo) no es condenado, pero el que no cree ya está condenado porque no ha creído”. Los que desprecian los sacramentos están despreciando a Cristo. Despreciar a Cristo es no creer en él y el que no cree en el Hijo del Hombre ya está condenado. Esto no lo han inventado los curas, lo dicen los Evangelistas porque se lo oyeron decir a Cristo.