BOLETINES DE V.A. GRUPO   1.- AÑOS 1997 A  2001


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 INDICE

Reflexiones para un principio de curso  (97/98)  ...........      36
Escucha Dios nuestras oraciones? ..................................      37
Sobre el Espíritu Santo ....................................................     38     
Nostalgias de otras semanas santas ..................................    39
Homenaje a las madres ....................................................     40
Un alto en el camino ........................................................     43
Convocados al jubileo del año 2000 ................................     46
El cielo no está en venta ....................................................    48
Iglesias cristianas no católicas ..........................................     48
Jubileo: Conversión e Indulgencias ..................................     49
Mas sobre el apostolado ....................................................     50
Navidad año 2000 .............................................................     51
Carta Novo milenio ineute ................................................     52
Hablemos del amor ...........................................................     53


BOLETIN NUM. 36    CURSO 97/8 : REFLEXIONES PARA UN PRINCIPIO DE CURSO

 Comenzamos un nuevo curso, el de 1997/98, y supongo que vendrás con las pilas cargadas, y con ganas de hacer muchas cosas. ¿O eres de los que vienen pensando en que las hagan los otros?
Leía la otra noche los motivos que, según las encuestas, animan a la gente a «apuntar­se» en Vida Ascendente; casi todos vienen buscando recibir algo: encontrar amistades, ayuda a sus problemas, remedio a sus soledades..., pero pocos, aunque los hay, vienen dispuestos a dar algo.
Tu, ¿de cuáles eres? ¿De que lado piensas estar este curso, del de los activos o del de los pasivos? Si piensas estar del lado de los pasivos, me temo que verás esfumarse el curso delante de tu narices sin sacar provecho alguno. Si quieres algo, algo tendrás que hacer ¿No crees?
Venir dispuesto a dar, o venir dispuestos a recibir, las dos posturas son buenas si sacamos algún provecho de ellas, pero en este caso resulta mucho más provechoso para todos dar que recibir. Dice el adagio que a dar nadie se hace rico. Esto, que puede ser cierto cuando se refiere a riquezas materiales, es completamente falso cuando se trata de riquezas espirituales y afectivas.
La riqueza de más valor que podemos tener es el amor: tener alguien a quien amar, y sentirnos amado por alguien, nos hace más felices que atesorar grandes sumas de dinero, y esta riqueza del amor, se adquiere mucho mas fácil dando que esperando que te den.
Da desinteresadamente amor, y acabarás recibiendo amor, y con él la felicidad. No te importe el tiempo que tengas que esperar para recibirlo; al final terminarás recibiendo-­
lo. Si todos pusiéramos en práctica esta máxima, este mundo que hoy parece un infierno, se convertiría en un cielo para el hombre. En esto viene a consistir el Reino de Dios que pedimos en Padrenuestro, y esto es lo que vino a enseñarnos Cristo. El fue el primero en darnos ejemplo de ello: Perdónalos —dijo al Padre refiriéndose a los que lo estaban crucificando— porque no saben lo que hacen. En vez de acusarlos, los disculpó y pidió perdón para ellos. Haz tu lr mismo; no te limites a perdonar a quien le agravie. Devuélvele bien por mal. Haz el mayor bien que puedas al mayor número posible, y verás que bien te sentirás tu y quienes te rodean.
Quien da a los demás amor, ayuda, y comprensión, recibe a cambio paz, tranquili­dad y felicidad, y en eso consiste el verdade­ro enriquecimiento. Por eso viene a ser cier­to aquello de que cuanto más das más tienes.
No piense nunca que no puedes dar nada. Todos podemos aportar algo. ¿Quien no puede dar una oración, o una sonrisa, o apor­tar una buena idea en un momento dado? Cuando vayas a las reuniones, piensa que nadie es tan sabio que no pueda aprende algo de otro, ni tan ignorante que no pueda enseñar algo, en algún momento, aun al más sabio. Ánimo, pues, y a trabajar todos porque el reino de la paz, de justicia y de amor sea una realidad entre todos nosotros, sin que los sinsabores del trabajo —que los habrá, no te quepa duda— te desanimen en esta tarea, dura, pero gratificante a más no poder. J.H.C.


                     BOLETIN NUM. 37    CURSO 97/8 ¿ESCUCHA DIOS NUESTRAS ORACIONES?

En nuestro boletín anterior decíamos que todos podíamos dar algo, aunque sólo fuera una oración. Pero ahora preguntamos ¿es que las oraciones valen para algo? ¿Escucha Dios nuestras oraciones? Si salimos de viaje y pedimos que no tengamos un accidente, ¿podemos estar seguros de no tenerlo?
Tal vez digas que la oración es eficaz porque Jesús dijo que todo lo que le pidiéra­mos al Padre en su nombre nos sería conce­dido. Sí, ya sabemos que Cristo ha dicho repetidas veces que tenemos que rezar, pero yo no te pregunto aquí qué es lo que ha dicho Cristo, te pregunto si tú estás conven­cido de la eficacia de la oración. A ti, ¿qué te dicen tus experiencias? Porque si tu crees que tus experiencias no avalan lo que dice Cristo, te va a costar mucho creerlo, aunque sea Cristo quien lo diga. ¿Tú crees que Dios ha escuchado siempre tus oraciones o, por el contrario, crees que algunas veces se ha hecho el sordo y no te ha hecho caso?
Cuentan que el filósofo americano Habermas creía mucho en la oración, y esta­ba convencido de que Dios le escuchaba siempre, pero ocurrió que su mujer enfermó de cáncer, y por más que le pidió que la curara, no lo hizo. ¿Piensas que es porque no atendió Dios su oración? El nos cuenta que su mujer se había pasado la vida dudando del amor de Dios, pero al morir lo llamó para decirle que en aquellos momentos esta­ba sintiendo el gran amor de Dios. El gran filósofo termina afirmando: "Tengo confian­za en que el Señor siempre dará una buena respuesta a mis peticiones, pero eso no quie­re decir que yo conozca la respuesta de ante­mano".
Creo que todos hemos pasado por momentos en los que hemos creído que Dios no escucha nuestras oraciones, pero somos muchos los que al correr de los tiempos hemos tenido la suerte, como Habermas, de comprobar que Dios siempre da una res­puesta acertada a nuestras peticiones, aun­que a veces tardemos en conocerla.
Parece ser que la oración no sólo viene bien para el alma, sino también para el cuer­po. Algunos médicos están convencidos de que puede mejorar considerablemente nues­tra salud, y actualmente se están hacienc pruebas sobre esto en un Centro para tt" Tratamiento de la Artritis y del Dolor en Clearwater (Florida).
Para que la oración sea eficaz, tanto para el alma como para el cuerpo, tenemos que creer en ella. Sin fe, nada puede la oración. ¡Y rezamos tantas veces por rutina, sin pen­sar en lo que estamos pidiendo!
Rezar es bueno y necesario. Lo dijo Cristo, y la experiencia humana así lo con­firma. Por eso los hombres lo han hecho en todas las épocas de la historia; siempre hemos necesitado a Dios, y siempre hemos recurrido a Él en nuestras necesidades, y tanto más cuanto más acuciantes son éstas. La oración mantiene la fe, fomenta la espe­ranza y hace nacer la caridad. Por eso nos, tros os pedimos oraciones, en la segunda de que Dios, de una forma u otra, las aten­derá.
Pero no sólo pedimos oraciones, también pedimos colaboración, acción. A Dios rogando y con el mazo dando. No vale decir "dános hoy nuestro pan de cada día" y que­darnos sentaditos al brasero esperando que nos lo suban a casa. Reza, sí, pero colabora.
JESÚS  HC


BOLETIN NUM. 38    CURSO 97/8 SOBRE EL ESPÍRITU SANTO


Queremos adherirnos desde estas líneas al  empeño de difundir el conocimiento sobre el Espíritu Santo, pero ¿qué podremos añadir a lo que plumas más doctas están escribiendo sobre esto? Nada. Sin embargo, sí nos gustaría hacer algunas reflexiones que sirvieran para aumentar la consideración y el respeto hacia este Espíritu, al que particularmente invocamos todos los días con gran devoción.. La primera pregunta que se nos ocurre respecto a la idea del Papa es: ¿para qué querrá que le dedi­quemos un año entero a hablar de la tercera perso­na de la Santísima Trinidad? ¿Será para que tenga­mos más conocimientos teológicos sobre el Espíritu divino? ¿Acaso aquellos que saben más de religión son los que mejor la practican? Ciertamente, no. No son quienes elaboran mejores teorías sobre la religión los que mejor la entienden. No hace muchos días me decía un amigo recién venido de otra provincia que él notaba aquí, en Salamanca, que se explicaba mucha religión, pero que esas enseñanzas transcendían poco a la prácti­ca social. El conocimiento científico, histórico, o incluso teológico de la religión es sólo una parte del saber religioso, pero no la fundamental. El conoci­miento religioso que clarifica las ideas y mueve los corazones no es el que proviene de esos saberes, sino el que procede de nuestro «ver interior», que es el que nos convence y arrastra a la acción. De este conocimiento quisiera hablaros yo. Todos hemos oído, o leído, sobre la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Fijémonos sólo en sus efectos. Los apóstoles, que andaban escon­didos por miedo a los que habían crucificado al Maestro, y por temor de que se metieran con ellos, de repente salen a predicar todos diciendo pública- mente que Cristo, el crucificado por las autorida­des civiles y religiosas, había resucitado. ¿Os habéis parado a pensar la valentía que había que tener para decir públicamente en Israel, donde se castigaba a todo el que disintiera de las autorida­des religiosas, que el hombre a quien éstas habían matado había resucitado y era el Cristo que esta­ban esperando?
En tal anuncio de los apóstoles había dos bar­baridades: primero, decir que un hombre había resucitado, cosa que todos tenemos por imposible; y, segundo, acusar a las autoridades religiosas y_ civiles de haberse equivocado al juzgar a aq hombre. ¿Cómo a unos incultos como ellos se les ocurría decir que ellos sabían más que los que se habían pasado la vida estudiando las leyes? No es d9 extrañar que la reacción de los más benignos fuera la de tomarlos por borrachos (Hechos 2, 15), y que las autoridades quisieran perseguirlos a muerte. ¿De dónde sacaron estos hombres esa fuerza que les llevó a pasar radicalmente de ocul­tarse por el miedo a salir a predicar a las plazas públicas afrontando todo riesgo y toda burla? La explicación ya la sabemos: actuó el Espíritu en ellos clarificando interiormente sus ideas, y éstas son las que le dieron fuerzas para anunciar a Cristo afrontando toda clase de riesgos y burlas.¿Habéis visto vosotros actuar alguna vez al Espíritu? Por si os vale para daros alguna pista voy a contaros algo que ocurrió en Madrid, en un cursillo que hicimos los responsables de grupo vocales de difusión de Vida Ascendente. El cursi­llo duraba tres días, y estábamos representantes de varias provincias españolas. De Salamanca estába­mos el actual Vocal de grupos y yo. Las sesiones de trabajo discurrieron con toda normalidad; cada uno exponía los problemas que observaba y entre todos se buscaban soluciones. El último día termi­nó con una misa normalita, en la que pronunció la homilía un consiliario del Movimiento. Durante la misa se observaban caras tensas, y con frecuencia, especialmente en el momento de Alzar y después  de la comunión, se venían caer algunas lágrimas que se trataban de disimular.
¿Qué estaba pasando allí? ¿Por qué aquellas caras tensas? ¿Por qué aquellas lágrimas que quien las vertía trataba de disimular como si se avergonzase de ellas? ¿Qué sentimientos incontro­lados se escondían detrás de aquellas lágrimas que nadie quería mostrar?
Al terminar la misa nuestro actual Vocal de Grupos definió así la situación: «Se mascaba  la actuación del Espíritu Santo en la misa». Yo, testi­go directo de los hechos, estoy de acuerdo con él. Si habéis presenciado escenas como esa, o mejor aún, si habéis sido protagonistas de ellas, no os quepa duda que habéis sentido actuar al Espíritu Santo, y ese es el mejor conocimiento que se puede tener de Él. Propagarlo a los demás y esta­réis contribuyendo a cumplir los deseos del Papa.
JESÚS H. C.

 

BOLETIN NUM. 39    CURSO 97/8 NOSTALGIA DE OTRAS SEMANAS SANTAS


Dicen, y nos lo creemos, que los tiempos cambian que es una barbaridad. No. No nos engañemos. Los tiempos se limitan a acumular segundos, minutos, horas, días meses, años, siglos... y nada más. El tiempo se sucede siempre de la misma forma, quienes cambiamos somos nosotros, los que vamos acompañando al
-mpo, el tiempo que él nos deja.
Las Semanas Santas de antes tenían los mismos días que las de ahora, pero la gente de ahora hacemos las cosas distin­tas a como las hacían —y las hacía­mos— antes, tan distintas que parecen Semanas Santas diferentes. Ya casi sólo las reconocemos por el espectáculo externo, por sus procesiones, que son igual de monótonas que las de antes.
Antes la Semana Santa era otra cosa. Se cerraban los locales de espectáculos y los bares, y las féminas salían a la calle a lucir su palmito coronado con la mantilla
Sra. Como no había bares, ni cines, ni -é"'"asi televisiones, había que repartir el tiempo haciendo visitas a las Iglesias, asistiendo a los Oficios o tomando el sol por las calles luciendo los trajes nuevos.
Ahora es diferente. Ahora se aprove­cha para hacer turismo: para ir a la playa, al campo, o acercarse a otra ciu­dad para ver alguna procesión declarada de interés turístico, no por su fervor reli­gioso, sino por su espectáculo callejero.
¿Y qué diferencia hay entre lo que se hacía entonces y lo que se hace ahora? Hay una diferencia fundamental: antes había tiempo para meditar, para reflexio­nar, para pensar en el drama de Jesús y para sacar consecuencias en orden a la forma de conducir nuestras vidas. Ahora se emplea el tiempo en viajar, en ver cosas, o en hacer cosas, pero no en refle­xionar sobre el rumbo que queremos imprimir a nuestras vidas. Y esto es grave, porque terminamos caminando por la vida sin pensar hacia donde vamos.
Aprovechemos la Semana Santa para descubrir hacia donde caminamos, que no és, ni más ni menos, que hacia nues­tra propia «semana santa», hacia el drama de nuestra propia muerte, ese drama en el que nosotros seremos el artista principal, como Cristo lo es ahora en Semana Santa.
Nuestro verdadero drama no es morir, es saber qué pasará después de la muer­te. Los cristianos tenemos la respuesta en el final de todas las Semanas Santas: después de la muerte llega la Resurrección. Nos lo dice San Pablo: «porque Cristo resucitó, resucitaremos también nosotros».
En nuestras Semanas Santas actuales, ¿nos queda algún tiempo para meditar sobre estos temas, o lo dedicamos todo al ocio y a presenciar el folclore propio de la fiesta?
JESÚS HERNÁDEZ CRIADO
 

BOLETIN NUM. 40    CURSO 97/8    HOMENAJE A LAS MADRES


Estamos en el mes de Mayo, mes dedica­do tradicionalmente a honrar a la madre de Dios, y últimamente, más por conveniencias del Márqueting que por dictados del corazón, dedicado también, al menos por un día, a homenajear a todas las madres del mundo.
Nosotros quisiéramos sumarnos desde estas páginas a ese homenaje a todas las madres, por el solo hecho de ser madres, y en especial a todas aquellas que renunciando a sus egoísmos personales, han sabido antepo­ner el bien de los hijos al suyo propio.
Ser madre, concebir una vida y cuidar de ella con amor hasta transformarla de un ser desvalido en un ser maduro y adulto, es la tarea más noble que un ser humano puede desarrollar en este mundo.
No comprendemos los lamentos de esas madres que han criado hijos y al final de su vida se quejan de haber tenido una vida vacía. ¿De qué quieren llenar sus vidas estas muje­res? ¿Acaso las que tienen títulos universita­rios, las que ejercen en el campo de la políti­ca, o como profesiones liberales, o como secretarias de algún alto cargo, realizan algu­na actividad más digna que la de ser madre entregada a sus hijos?
La sociedad puede pasarse muy bien sin mujeres profesionales de cualquier actividad laboral, pero no puede pasarse sin madres creadoras de vida y educadoras del amor. Sabida es la experiencia rusa de relegar a las mujeres a simples números de puestos de tra­bajo y paridoras de seres humanos, retirándo­les sus hijos para ser educados en las comu­nas. ¿Resultado? Una sociedad agresiva, insatisfecha y sin humanidad. Tuvieron que cambiar el sistema y dar órdenes para que la mujer permaneciera cerca de sus hijos mien­tras estos eran pequeños.
Y es que el ser humano necesita crecer en el amor para poder sentir amor, y la sociedad necesita seres con humanidad para que no se tome insoportable la convivencia entre los hombres.
¡Madres, la sociedad os necesita! Vuestros desvelos y vuestros sacrificios no son baldíos, sino todo lo contrario. Son el mejor fruto qr
un ser humano puede aportar a la sociedad, \jimio/ esto aunque nadie os lo haya dicho, y aunque vuestros propios hijos no hayan sabido reco­nocerlo.
Vaya este homenaje para todas las madres, y en especial para las jóvenes, que en medio de tanto hedonismo han tenido la valentía de anteponer la llamada del amor al egoísmo personal. Y también muy especialmente, ¡cómo no!, para esas madres ya mayores que permanecen en las residencias de ancianos, o en sus hogares, olvidadas de sus propios hijos. No. Vuestra vida no ha sido una vida vacía, no ha sido una vida inútil, aunque nadie os lo haya sabido reconocer.
Podéis estar orgullosas de haber cumplido vuestra misión en la tierra, y Dios, que toda lo ve, y que no deja nada sin recompensa, no dejará en el olvido vuestro servicio a la humanidad, pues con vuestro amor y vuestra entrega habéis contribuido a que el Reino de Dios, reino del amor, se haga más presente entre los hombres.
A todas las madres un beso muy fuerte, y que no os falte nunca ese amor que tan gene­rosamente habéis ido sembrando por el mundo.
JESÚS HERNÁNDEZ CRIADO.         
 

BOLETIN NUM. 43    CURSO 98/9 : UN ALTO EN EL CAMINO


 
Hace nada que comenzamos el curso y, cuando queramos darnos cuenta estaremos ya a la mitad del camino. ¿Y qué hemos hecho? ¿Hacia adónde vamos caminando?
Permitidme recordaros lo que nos dice el Papa Juan Pablo II: "No se trata sólo de saber lo que Dios quiere de cada uno de nosotros en la diversas situaciones de la vida, es necesa­rio hacer lo que Dios quiere" (Laicos cristia­nos, 58).
Es necesario hacer. Cristo nos lo recuerda también en la parábola de la higuera estéril: "Al amanecer, cuando volvía a la ciudad, sintió hambre; y viendo una higuera junto al camino se acercó a ella, pero no encontró en ella más que  hojas. Entonces le dice: Que nunca jamás s1:1-ote fruto de ti, y al momento se secó la higue­ra". A Dios no le gustan quienes no dan fruto.
Recordemos, asimismo, ese otro pasaje del Evangelio en el que Cristo dice: "Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en prác­tica será como el hombre insensato que constru­yó su casa sobre arena". Los vientos y el agua la derrumbará y será nuestra ruina.
Pablo VI dice también que "es impensable que una persona haya acogido la Palabra sin convertirse en alguien que da testimonio y la anuncia". Por esto, pienso yo, que nuestra prin­ cipal preocupación debería ser llenarnos de Dios —que no es lo mismo que saber mucho sobre Él— y la medida de lo lleno o vacíos que estemos la dará lo que hagamos.
¿Tenemos las ideas claras sobre lo que nuestro Dios ha hecho por nosotros? El Dios Padre nos envió a su Hijo para salvarnos.
¿Puede haber una muestra mayor de amor que la de renunciar a "vivir como Dios" para convivir con las miserias de la humanidad sufriendo todas sus limitaciones y sus dolores? Y esa renuncia no la hizo para bien suyo, que nada ganaba con ello, sino para bien nuestro. Dios soportó humillaciones, vejaciones, mise­rias y calamidades para ayudarnos en el camino de nuestra salvación, y eso sólo lo hizo por el amor que nos tiene.
De bien nacidos es ser agradecidos. Dios se ha hecho acreedor a nuestro agradecimiento. No se lo escatimemos. No se trata de pagarle nada, sino simplemente de mostrarle nuestro agrade­cimiento intentando complacerlo en todo.
Dios nos ama; amémosle en justa corres­pondencia. Si nuestras reuniones van encamina­das en este sentido, entonces andaremos en el buen camino, de lo contrario tal vez debamos rectificar.
JESÚS HERNÁNDEZ  CRIADO


 
BOLETIN NUM. 46    CURSO 99/2000: CONVOCADOS AL JUBILEO DEL AÑO 2000


Nuestro Señor Obispo nos convoca al jubi­leo del año 2000 mediante una Carta Pastoral que escribió para  nosotros durante su estancia en Jerusalén este último verano. Es larga —contiene más de 15 páginas— pero debería­mos leerla todos. Como habrá muchos que no puedan hacerse con la Pastoral, nos ha pareci­do conveniente extractarla aquí por su relevan­te importancia para los fieles de esta diócesis. Nos es nada fácil resumir en un par de hojas todo lo que allí se dice, pero esperamos que sirvan estas líneas para dar una idea clara de lo que se nos pide a los cristianos de Salamanca para el año 2000.
Estos son los puntos más significativos de la Pastoral.
Retos pastorales: Se dice en la Carta que el grave problema con el que se enfrenta la Iglesia hoy es que la gente cristiana duda de que la fe como forma de ejercitación de la vida humana sea hoy posible; no le parece real aceptar la revelación de Dios, y le parece com­plicado el modelo que proponen las Bienaventuranzas. Hoy se buscan las sensacio­nes placenteras, y la fe interesa poco porque exige compromiso. Dios se ha eclipsado en nuestra sociedad y los cristianos estamos poco presentes en el mundo activo, dejando reduci­da la religión a lo particular, a lo privado, a lo íntimo. La ruptura con la fe es evidente. Hay dificultades para transmitirla. A la hora de la educación religiosa en los colegios hay proble­mas con las autoridades civiles. El Sr. Obispo cita a González de Cardedal para reflejar la situación actual: «cualquier propuesta que des­ pegue de los datos verificables y accesibles a todos es considerada como indoctrinamiento, militancia, dogmatismo, fundamentalismo. Sólo es posible la mera instrucción, la transmi­sión de técnicas y fórmulas, el adiestramiento en saberes eficaces sin pretensión de normati­vidad. En una cultura semejante son muy difíciles la educación del hombre y la transmisi de la fe». Todo un reto —pensamos noso­tros— para los cristianos de hoy.
Qué celebramos en el año 2000. Celebramos la memoria de la encarnación y el yacimiento del Hijo de Dios y Salvador nues­tro, y la esperanza del retorno del Señor glori­ficado que ha vencido al pecado y a la muerte, y que gracias a que otros hombres anteriores a nosotros lo vieron resucitado y nos han trans­mitido esa experiencia, nosotros podemos hoy tener la esperanza de resucitar también con Cristo glorioso algún día. ¿Puede haber algo más digno de celebrarse que la esperanza de nuestra propia resurrección? De ahí que nues­tra celebración tenga que empezar por agradecer y alabar al Dios que quiso hacernos t, gran favor, y al Hijo que con su sacrificio lo hizo posible. Es triste ver que hoy se ha perdi­do, incluso entre muchos cristianos, el sentido de la alabanza y de la acción de gracias a Dios por habernos salvado. El año jubilar, nos dice Don Braulio en su carta, es tiempo sobre todo de dar gracias a Dios por estos beneficios.
Líneas de acción pastoral marcadas por el Sr. Obispo.
1 Congreso Eucarístico: «Abordamos la primera Acción Diocesana —dice la carta‑ con la preparación, organización y celebración de un Congreso Eucarístico Diocesano que tendría su clausura el 25 de Junio del 2000, solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. Para llevar a cabo esta acción se creará una comisión encargada de su organización. De entrada, el Año Jubilar será un año eminente­mente eucarístico».
2°. Se nos invita a acoger la palabra como discípulos que somos de Cristo. Dice la carta: «Os invito a una inmersión en la Escritura Santa, sobre todo en el Evangelio... Cada uno según nuestra vocación busquemos los comentos más oportunos para esta lectura
,,-meditada y orante de la Sagrada Escritura. Con su luz podemos reconocer en los grandes y pequeños acontecimientos de nuestra existen­cia las señales de la presencia bondadosa de Dios».
3°. Se nos invita igualmente a estar disponi­bles para proclamar la palabra. Esta misión no nace de nosotros; es un encargo que recibimos de Cristo: La mies es mucha, pero los trabaja­dores son pocos; rogad, pues, al dueño de la mies para que envíe trabajadores a su mies.
4°. También nos recuerda que debemos estar al servicio de los pobres y estar en la lucha por una sociedad más justa, a la vez que el Año Jubilar debe servirnos también para -;conciliarnos con todos.


Pastoral Misionera y   de los Sacramentos.

En este apartado se nos dice que debemos detenernos especialmente en reflexionar sobre las causas que llevan a tantos católicos a no celebrar los Sacramentos, espe­cialmente el de la Eucaristía dominical.
Modelos de vida cristiana en nuestra Iglesia Local. Por Salamanca han pasado grandes Santos a los que podríamos imitar: San Juán de Sahagún, patrón de toda la Diócesis; Santa Teresa de Jesús, grandemente vinculada a estas tierras, y también las beatas
Madre Cándida y Antonia Bandrés. Tengo la impresión —dice nuestro Obispo— que desa­provechamos el enorme caudal de agua fresca para la sed de Dios que supone Santa Teresa, y no estamos dando la gracia y el garbo en el seguimiento de Jesucristo que supone la Santa.
Vivir la catolicidad de la Iglesia y dar razón de nuestra esperanza. Este es el tema que trata la tercera parte, y aquí se nos invita a hacer peregrinaciones a las fuentes de la fe: a Jerusalén, a Roma, a la tumba del apóstol Santiago, a la tumba de Santa Teresa o a cual­quier santuario. Estas peregrinaciones nos brindan ocasión para sentirnos unidos a quie­nes, en tantos países y de tantas culturas, han acogido como nosotros la Palabra de Dios hecha carne y confiesan nuestra misma fe cada uno en su lengua. Muchos cristianos han sucumbido al materialismo de nuestra socie­dad, ávida de sensaciones nuevas y poco pro­clives a «invertir» en lo eterno. Estas peregri­naciones nos ayudan a reflexionar viendo como otros así lo han hecho y lo sigues: haciendo.
Hasta aquí el resumen de lo más destacadc de la Carta Pastoral. Esperemos haber dado una visión de conjuto para hacernos idea de por dónde puedn ir las cosas en nuestra dióce­sis durante el año 2000. En Tercio milenio dice el Papa que el Dos mil será un año intensa­mente eucarístico y debe ser un canto de ala­banza ininterrumpido a la Trinidad, al Dios Altísimo.
Dispongámonos desde ahora a vivirlo así.  J. H. C
 

BOLETÍN 48 Curso 1999/2000. EL CIELO NO ESTÁ EN VENTA: SE REGALA


El cielo viene a ser como un palacio maravilloso que posee un señor muy rico y que no quiere venderlo, pero que desea que se le llene de amigos. Pero eso sí, quiere que el que entre le demuestre antes que quiere ser su amigo de ver­dad. Muchos cristianos nos pasamos la vida tra­tando de acumular méritos que nos valgan para comprar la entrada en el cielo, sin darnos cuenta que la única moneda que puede abrirnos sus puertas es granjeamos la amistad del dueño. No el tenerle miedo, no el hacer muchos méritos; por muchos méritos que hagamos nunca podre­mos comprar el derecho a entrar en el cielo. Nadie puede pagar lo que vale, pero Cristo, que
único que pudo comprarlo con su muerte, se lo regala a quienes lo aman, a sus amigos.
Tenemos motivos más que sobrados para amar a Dios y a Cristo, al primero por habernos creado para ser felices y al segundo por haber dado su vida para ayudarnos a serlo.
Nos preocupan nuestros pecados porque pue­den llevarnos al infierno más que porque es una ofensa hecha a Dios, y vivimos atormentados pensando en nuestra condenación más que en el "disgusto" que eso puede suponer a nuestro Padre. Vamos a misa los domingos para no con­denarnos, y damos limosnas de vez en cuando para tranquilizar nuestra conciencia. Todo lo hacemos pensando sólo en nosotros, buscando sólo nuestro bien: Te doy oraciones y sacrificios y cumplo tus reglas para que Tú me des el cielo. Eso no es amor a Dios, es simplemente un egoís­mo personal, que no digo que sea malo, pero que está lejos de ser amor a Dios. Amor es esforzarse por conocer los deseos de la persona que se ama y querer complacerla haciendo todo aquello que creemos es de su agrado o va en beneficio suyo. Amor es pensar en el amado, no en nosotros.
Cierto que Dios no necesita de nuestros favo­res, pero quiere que le demostremos con obras -que son los verdaderos amores- que queremos estar junto a El, que lo queremos a El, y no sólo a nosotros mismos. Por eso se dice que al final de la vida nos examinarán del amor, no de los méritos que hayamos hecho para comprar el cielo, ni de lo mucho o poco que hayamos peca­do. Si amas mucho a Dios querrás pecar poco, y si has pecado mucho y ahora amas mucho te arrepentirás mucho de haberlo hecho. Y a quien mucho ama se le perdona todo. En amar a Dios, querer complacerlo y no querer "disgustarlo" es donde está toda nuestra filosofía de cristianos.
Aprovechemos el Año Jubilar no sólo para ganar la Indulgencia plenaria, sino para reflexionar sobre lo mucho que Dios ha hecho por nosotros y para aumentar nuestro agradeciiento amor por El.


 
SIGUE EL BOLETÍN NUM 48.- IGLESIAS CRISTIANAS NO CATOLICAS
                             
El esquema general podría ser el siguiente: Hasta el año 1054 todas las iglesias cristianas marchaban juntas con asistencia a los Concilios convocados en nombre de la Iglesia de Roma. En este año 1054 se produjo el cisma de Occidente y se separaron la Iglesia Ortodoxa Griega de la Romana. Esta ultima de dividió en dos en el año 1600 dando lugar al nacimiento de la Iglesia de los viejos creyentes.
 
De la Iglesia de Roma se han separado las siguientes Iglesias:
 
Iglesia Luterana separada de la de Roma en 151
La Iglesia Reformada calvinista, separada en 1536
La Iglesia Anglicana, separada en 1533
 
De estas a su vez han surgido otras confesiones, así de la Luterana sugio la Iglesia Evangelica, o Iglesia Reformada, que surgió con el propósito de unificar las diversas interpretaciones que surgieron entre los anglicanos como consecuencia de la libre interpretación de Biblia.
De la Anglicana han surgido la Iglesia Baptista y Adventista en 1622, los Cuáqueros en 1650 y los metodistas en 1739
 
Considerando a la Iglesia Romana como tronco comun a todas ellas,
podemos observar cuatro grandes ramas: Las Iglesias orientales, la Iglesia Luterana dela reforma Germánica, la Iglesia Calvinista  o de la Reforma Francesa, y la Iglesia Anglicana que parte de Enrique VIII en Inglaterra (año 1650)
He aquí, de forma muy resumida, algunas de las principales diferencias con la Iglesia Católica:
Iglesia Ortodoxa: Llamada también oriental, griega o grecorrusa. Tienen varios Patriarcados antiguos, el de Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén, y otros más en Rusia, Servia, Rumania, etc. Aunque su administración es independiente, mantienen la comunión espiritual entre ellas. Su fe se basa en los siete primeros concilios ecuménicos. Después del Concilio de Nicea,(787) no volvieron a reunirse con los Católicos, separándose definitivamente de la Iglesia de Latina en 1054. Se oponen a la veneración de los santos, estando prohibido en sus iglesias tener esculturas de santos. No admiten algunos de los sacramentos de la iglesia católica por entender que no fueron instituidos por Cristo. A diferencia de nuestra Iglesia que sostiene que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo ellos creen que procede del Padre a través del Hijo.No han implanta­do el celibato al clero por lo que pueden casarse
Iglesia Luterana: Lutero se propuso fundamentar las enseñanzas de la Iglesia sólo en la Biblia interpretada según criterio. La Biblia Luterana tiene notables diferencias con la Católica. La inter­pretación de la justificación por la fe que hace Lutero de la carta de san Pablo es diferente que la que hace la nuestra Iglesia. Lutero luchó contra las indulgencias, niega la autoridad del Papa, la Jerarquía de la Iglesia y esta en contra del celibato de los sacerdotes, de los votos monásticos y de la misa.
El Calvinismo: Su tesis más destacada es la de la predestinación. Todos estamos predestinados desde que nacemos al bien y al mal, y no podemos hacer nada por evitarlo. Es partidario de muchas tesis de Lutero, aunque difiere en algunas cosas. Calvino propagó el protestantismo en Francia.
Iglesia anglicana: Hace depender el poder de la Iglesia del Rey, negando la autoridad del Papa. Su doctrina se recogen en los 39 artículos de la Confesión de Fe, que los modifican con frecuen
y están redactados de forma tan ambigua que cabe cualquier interpretación. La liturgia del anglica­nismo y del cristianismo se parecen bastante y mantienen una estructura jerárquica parecida, salvo en la representación máxima, que en Inglaterra es el Rey y en la Iglesia Católica el Papa. JHC     

  
 
BOLETIN NUM. 49    CURSO 99/2000: EL JUBILEO Y LAS INDULGENCIA

El año jubilar (o jubileo) es una institu­ción que emana de la legislación sacerdo­tal hebrea. Según esta prescripción recogi­da en el Levítico (25, 8-17 y 23,55) debía celebrarse cada 50 años un año sabático o de descanso. Este año era llamado de las expiaciones y de la emancipación. El comienzo de este año era anunciado con el sonido de la trompeta de carnero, yobel, en latín iubilaeus. De ahí su nombrre de jubileo. Durante el año jubilar las tierras tenían que permanecer de barbecho y había que perdonar todas las deudas a los esclavos.
Año jubilar cristiano. El cristianismo tomó la idea del Jubileo del judaísmo, y su fin era realizar actos que sirvieran para la remisión de los pecados. En un principio los cristianos celebraban los jubileos cada 50 años; luego cada 33, y ya en 1470 Pablo II (no Juan Pablo II) lo fijo definiti­vamente cada 25 años. Estos son los años Santos o jubileos ordinarios pero también se celebran otros que se consideran extra­ordinarios y que tienen lugar cuando se quiere dar realce a acontecimientos espe­ciales.
Los jubileos cristianos los hace la Igle­sia para que los fieles puedan obtener un gran número de gracias espirituales mediante el cumplimiento de determina­dos requisitos.
Normalmente entendemos por conver­sión que uno que no es cristiano se con­vierta al cristianismo y acepte nuestro Dios. La conversión que se pide en los jubileos no es esa. consiste en que aban­donemos aquello que estemos haciendo mal, o que creamos que no es grato a Dios y cambiemos nuestra actitud por otras qb,_, sean del agrado del Padre. Para esto nece­sitamos un tiempo de reflexión a fin de entrar dentro de nosotros mismos, y esto es lo que se nos pide durante todo el año jubilar.

 

LAS INDULGENCIAS:
Todos sabemos por el catecismo que las indulgencias son gracias especiales que la Iglesia nos concede para la remi­sión de nuestros pecados, esto es, para que se nos perdone el castigo que debieramos sufrir por nuestros pecados. Debemos recordar que CON LAS INDULGEN­CIAS NO SE PERDONAN LOS PECE DOS. ESTOS SÓLO SE PERDONA' CON LA CONFESIÓN. Las indulgencias son para que se nos perdonen las penas que debemos pagar aqui abajo o en el pur torio por haber pecado y que son inde­pendientes del perdón de los pecados que se concede por la confesión.
Origen de las indulgencias. La Iglesia siempre sostuvo que quien pecase, aparte de la confesión, debería hacer penitencia para reparar el daño proveniente de sus pecados. De ahí la penitencia impuesta en
las confesiones. En un principio éstas estaban reguladas: A tal pecado correspon­día tal penitencia. Pues bien, estas peni­tencias que el cristiano debería hacer según lo legislado por la Iglesia podía sus­tituirlas por otros actos si la Iglesia así lo autorizaba. Por ejemplo: Si a tales peca­dos le correspondía la penitencia de ayu­nar una semana, la Iglesia podía dispen­sarle de ese ayuno mediante el pago de una cantidad de dinero para obras benéficas. En esto consistieron las primeras indulgencias.
Más tarde se extendió esta práctica y dio lugar a muchos abusos al prodigarse la venta de indulgencias. Llegó a decirse que no había pecado por grande que fuera que no pudiera ser perdonado a cambio de dinero. Esto fue duramente combatido por muchos cristianos, entre ellos por Lutero. Para evitar estos abusos y dejar las cosas claras en el Concilio de Trento se establecieron dos principios: PRIMERO que la Iglesia tenía potestad para conceder indulgencias basándose en las palabras de Cristo: Lo que atáreis en la tierra... y SEGUNDO que las indulgencias eran buenas para los cristianos y que debían seguir existiendo, pero que debían ser reguladas para alejarlas de todo género de lucro.

EL JUBILEO DEL AÑO 2000
Éste es un jubileo muy querido por el. Papa, tanto es así que como sabemos lleva preparándolo desde hace dos años. El Papa espera que los cristianos reflexione­mos especialmente sobre nuestra conver­sión y volvamos a vivir auténticamente la fe.
Quiere también que sea un año abun­dante de gracias para nosotros y para ello concede la indulgencia plenaria tantas cuantas veces cumplamos con los requisi­tos establecidos, con la limitación de que no pueden ganarse más de una indulgencia en un mismo día.
La Conferencia Episcopal Española dice concretamente:
"1. Para obtener una indulgencia ple­naria, además de la exclusión de todo afecto a cualquier pecado, incluso venial, se requiere la ejecución de la obra enri­quecida con la indulgencia y el cumpli­miento de tres condiciones, que son: la confesión sacramental, la comunión euca­rística y la oración por las intenciones del sumo Pontífice.
2.    Con una sola confesión sacramental, pueden ganarse varias indulgencias ple­narias; en cambio, con una sola comunión eucarística y una oración por las inten­ciones del Sumo Pontífice sólo se gana una indulgencia plenaria.
3.    Las tres condiciones pueden cum­plirse unos días antes o después de la eje­cución de la obra prescrita: pero conviene que la comunión y la oración por las intenciones del Sumo Pontífice se realicen en el mismo día en que se cumple la obra". (Manual de indulgencias, 1995, pág. 26).  J. H. C.
 

 

BOLETÍN NUM, 50  CURSO 2000/01 MAS SOBRE EL APOSTOLADO

Estamos a comienzo de curso. Nuestra "Presidenta y nuestro Consiliario nos invi­tan al apostolado. Nosotros aprovechamos este espacio para incidir en el mismo tema llamando la atención sobre lo que apunta don José en la última parte de su exposición. Somos los mayores los que estamos en mejores condiciones de trans­mitir la verdadera fe, porque la hemos vivido y conocemos su valor.
Todos tenemos la obligación de hacer apostolado, pero no por libre, sino tenien­ do en cuenta estas dos condiciones: a) Que hay que ser fieles al evangelio, interpre­tando el Espíritu de Jesús y evitando hacer de la letra una interpretación acomodaticia a nuestros deseos, que es lo que hacen hoy muchos para acallar su conciencia. b) Que hay que ser fieles a la Iglesia que Cristo creó. Esta Iglesia, humana y sujeta a errores en lo humano, es divina en su raíz, y no podemos ir contra el depósito de lo revelado que ella guarda con celo y con acierto. A veces criticamos la doctrina de la Iglesia por falta de formación, o por falta de recta intención. En cualquier caso deberíamos pensárnoslo dos veces antes de criticar las enseñanzas de la Iglesia porque podemos estar atacando, sin saber­lo, la misma doctrina que Cristo enseñó.
Las dos condiciones apuntadas para practicar el apostolado: fidelidad a los evangelios y fidelidad a la Iglesia, llevan anexa otra tercera, la de conocer a fondo lo que dicen los evangelios y lo que defiende la Iglesia, es decir, la obligación de estar bien informados y bien formados. Esta obligación se cumple mejor en grupo que en solitario. Y aquí es donde entran en acción nuestros grupos, que tienen como finalidad ayudarnos a conocer mejor las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia, y a mantener en forma nuestro espíritu para que haya coherencia entre nuestra vida de cristianos y las enseñanzas del Maestro.
JESÚS HERNÁNDEZ CRIADO, Secretario
 

BOLETÍN 51 -  CURSO 200/2001 :  SE ACERCA NAVIDAD DEL AÑO 2000

 

Dentro de aproximadamente un mes vamos a conmemorar el nacimiento del Hijo de Dios, pero este año debería ser una conmemoración especial. No en vano llevamos preparando dicho aconteci­miento todo un año. Ha sido el año del Jubileo 2000. Ahora que toca a su fin tal vez sea buen momento para reflexionar que ha significado esto para cada uno de nosotros. Después de tanto fol­klore : Jubileos organizados por la diócesis, por las parroquias, por varios movimientos –entre ellos el nuestro en Alba de Tormes- y asociaciones religio­sas; después de ganar tantas indulgencias plenarias y de haber asistido a tantos actos celebrados con este motivo, ¿en qué ha influido todo eso en noso­tros? ¿Somos mejores? ¿Nos ha valido para acer­carnos más a Dios y a nuestros hermanos los hom­bres, o sólo ha servido para tranquilizar nuestra rnnciencia porque hemos "ganado" muchas indul­,,,acias y se nos ha perdonado toda la deuda por los pecados cometidos? ¿Nos hemos convertido o seguimos igual que antes?
Porque en definitiva lo fundamental de todo jubileo es eso, la conversión, hacernos cristianos más auténticos, personas más amantes de Dios y del prójimo. Si después de asistir a tantos actos religiosos para ganar el jubileo sólo nos hemos preocupado de ganar indulgencias y no de mejorar nuestros comportamientos es que no hemos enten­dido bien lo que es el jubileo. Lo que este preten­de es convertirnos en más amigos de Dios y mejo­res cristianos. ¿Cómo se consigue eso? Esforzándonos cada día en cumplir lo mejor que odamos lo que manda el Señor. Todos sabemos que el primer mandamiento de Dios es amarle con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro corazón, y que el segundo, muy semejante al primero, es amar al prójimo como a nosotros mismos.
Todos hemos oído eso de que "al atardecer de la vida nos examinarán del amor". Sí, todo hace creer que al final de la vida nos examinarán del amor, y los exámenes sólo se aprueban si se prepa­ran con anticipación. ¿Y cómo preparar éste que tan importante es para cada uno de nosotros? Como se prepara todo examen: estudiando o prac­ticando un poco cada día. No podemos esperar querer aprenderlo todo, o hacerlo todo, en un sólo día, y menos podemos esperar hacerlo bien con­fiando todo en la suerte del último momento.
El Jubileo que estamos próximos a terminar, ha de ser, entre otras cosas, un alto en el camino para reflexionar acercada ese examen final, y ver si lo estamos preparando bien, a fin que no haya sor­presas desagradables al final de la vida.
¿Nos ha valido el jubileo para avanzar por el camino del amor, o lo hemos relegado a misas, padrenuestros, credos y jaculatorias sin que estos signos hayan influido en la mejora de nuestros comportamientos? Si nos ha valido para lo prime­ro, enhorabuena. Si nos hemos quedado en lo de "ganar indulgencias" aún estamos a tiempo de rectificar y convertirnos en mejores siervos del Señor, que es lo que se nos pide en el jubileo. JESÚS HERNÁNDEZ CRIADO


 
BOLETÍN 52   CURSO 2000/2001 : COMENTARIO A LA CARTA APOSTÓLICA NOVO MILENNIO INEUTE

El 6 de enero del presente año, Juan Pablo II clausuraba el Año Jubilar y firmaba la carta que lleva por título Al comienzo del nuevo Milenio (Nuevo milenio que se abre). Dicha carta, en la versión que ha llegado a mi poder vía internet, tiene 32 páginas y está articulada en cuatro capí­tulos. Pido a los lectores que disculpen mi atre­vimiento de resumirla en tan sólo dos páginas que son las que disponemos en este boletín, pero pienso que más vale poco que nada, sobre todo si en ese poco puede encontrarse algo de prove­cho, como pienso que es este caso. Es por ello por lo que me atrevo a sugerirles que no la lean por encima, que la lean con calma, y a ser posi­ble varias veces, especialmente el capítulo ter­cero, porque lo dicho por el Papa aquí tiene, a mi entender, una gran importancia para la vida de todo cristiano.
CAPITULO PRIMERO: ENCUENTRO CON CRISTO, HERENCIA DEL            
GRAN JUBILEO.
 
En este capítulo pasa revista Juan Pablo II al ario Jubilar que termina, no para hacer balance de lo ocurrido en él, sino más bien para que sirva como punto de arranque para el milenio que empieza. Quiere recordarnos, y que recordemos, que durante todo un año hemos estado recibien­do las gracias del Señor a través de los actos del Jubileo. Y que esas gracias no deben quedar ocultas, sino que deben manifestarse a través de la acción en todos los actos de nuestra vida: Él lo resume así:
"El renovado encuentro con Cristo es la ver­dadera herencia del Jubileo, de la que ahora es preciso hacer acopio para invertir a favor del futuro".
CAPITULO SEGUNDO: UN ROSTRO PARA CONTEMPLAR
Este capítulo tiene una intensa inspiración contemplativa. El Papa quiere que antes de ponernos a trabajar por el Reino de Dios haga­mos reflexión profunda sobre la figura de Cristo para llenarnos de su espíritu, y cuando estemos llenos de este espíritu será cuando podamos con­tagiarlo a los demás.
Estas son algunas de sus reflexiones:
Testimonio de los Evangelios.- Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo. Teniendo como fundamento la Escritura nos abrimos a la acción del Espíritu, que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez al testimonio de los Apósto­les, que tuvieron la experiencia viva de Cristo, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos.
El camino de la fe: A Jesús no se llega más que por la fe. ¿Cómo llegó la fe a Pedro? Mateo lo viene a decir: "No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Y Lucas nos ofrece un dato más al decirnos que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús estaba orando. Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia de que a la fe no llegamos sólo con nuestrár" fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia.
Rostro resucitado: La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el resucitado! La Iglesia mira al resucitado siguiendo los pasos de Pedro, que lloró después de haberlo negado, y retornó al camino confesando su amor a Cristo, y tam­bién siguiendo los pasos de Pablo, que lo encon­tró en el camino de Damasco y quedó impacta­do por Él: "Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia".
 
CAPITULO TERCERO  CAMINAR DESDE CRISTO
En este capítulo quiere el Papa poner de relieve la necesidad de orientar la pastoral cris­tiana hacia una experiencia de fe sólida que nos haga desear la santidad y sentirnos insatisfechos con una religiosidad mediocre. Yo creo —y ésta es una opinión mía muy personal— que el gran pecado de los cristianos europeos ha sido ser cristianos de cumplimiento de normas. Nos hemos limitado durante muchos años a cumplir las normas emanadas de la Iglesia, de la misma forma que cumplimos las leyes del Estado, y el  Cristianismo es mucho más que eso. Es, fundamental sentir, amar y practicar la doctrina de Cristo, y muchos cristianos de la vieja Euro­pa ni la hemos sentido, ni la hemos amado, ni la hemos practicado en su integridad.
Juan Pablo II da una gran importancia en este capítulo a la escucha y proclamación de la pala­bra de Dios. Veamos lo que dice.
La santidad: Todos los cristianos, de cual­quier clase o condición, están llamados a la ple­nitud de la vida cristiana y a la perfección del amor. La santidad responde a una llamada de Cristo: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial". Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años a tantos cristianos, y, entre ellos a muchos laicos que se han santificado en las cir­r-unstancias más ordinarias de la vida. Es el
Momento de proponer de nuevo a todos con con‑
vicción este "alto grado" de la vida cristiana.
La oración: Para la pedagogía de la santi­dad es necesario un cristiano que se distinga ante todo en el arte de la oración. Es preciso aprender a orar como los primeros discípulos: "Señor, enséñanos a orar". Nuestras comunida­des cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, ala­banza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el "arrebato del cora­ zón". Se equivoca quien piensa que el común de los cristianos se puede conformar con una ora­ción superficial, incapaz de llenar su vida.
Eucaristía dominical: Es preciso insistir para que la participación Eucarísitca sea, para cada bautizado, el centro del domingo. Es un deber irrenunciable, que se ha de vivir no sólo para cumplir un precepto, sino como necesidad de una vida cristiana verdaderamente cons­ciente y coherente. Hay que dar un realce parti­cular a la Eucaristía dominical como día espe­cial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana.
Escucha y anuncio de la palabra: Tenemos que alimentarnos de la Palabra para ser servi­dores de la Palabra. Ha pasado la situación de una "sociedad cristiana" que se basaba explíci­tamente en los valores del Evangelio. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida en función de la globalización y cambiante situación de los pueblos. Hemos de revivir en nosotros el senti­miento apremiante de Pablo que exclamaba: " ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!"
CAPITULO  IV.- TESTIGOS DEL AMOR
Termina Juan Pablo II invitándonos a ser tes­tigos del amor, y dándonos pautas de los campos en los que es más acuciante la presencia cristia­na: Los cristianos —dice— tienen que dar testi­monio valiente del amor de Cristo en todos los sectores de la vida social y cultural, especial­mente allí donde es particularmente urgente la presencia del fermento evangélico: desde cues­tiones de la familia y la tutela de la vida a los problemas que plantea el desorden ecológico y una experimentación científica carente de refe­rencias éticas. JESÚS HERNÁNDEZ CRIADO
 
 
                              BOLETÍN 53.- CURSO 200/01   HABLEMOS DEL AMOR


Nada más indicado para estos tiempos de Pascua de Resurrección, tiempos de alegría para los cristianos, que hablar del amor, de ese AMOR, con mayúsculas, que tiene por destinatario a Dios y al prójimo. Son estos dos grandes amores que no están de moda en esta época, a pesar de lo mucho que se habla del compartir, de la solidaridad, de la tolerancia y de otros snobismos parecidos. Ya se que hablar hoy del amor a Dios y al prójimo es exponerse a ser tildado de anticuado, de carca, de retrógrado, o de reliquia del franquismo, que ahora todo lo malo se achaca a aque­llos tiempos. Perdonadme, pues, si a pesar de todo esto insisto en hablaros hoy, sin rubor alguno, de estos dos amores de mis entretelas, y perdonadme que lo haga en tono menor a modo de cuento.
Dicen que doña Petra fue mujer muy guapa, muy inteligente y con una voluntad de hierro, atributos que le valieron para triunfar en la vida y copar los mejores puestos. No se casó, porque nunca tuvo tiempo para hacerlo, y de Dios y del próji­mo jamás se ocupó por la misma razón. Y vivió tan ricamente, sin perder el tiempo pensando en cuestiones del otro mundo. Bastante tenía ya con las cosas de éste.
Cuando doña Petra llegó a vieja, -tam­bién los ricos y los poderosos llegan a viejos si no se mueren antes- se pasaba los días quejándose de Dios. Si los viejos ya no valemos para nada -decía a todo el mundo- y si somos un estorbo para todos, ¿por qué Dios no nos da una muerte dulce y nos quita de penar inútilmente?
La respuesta le llegó un día que, sin saber cómo, pasó de este mundo al otro, y se vio formando parte de una inmensa cola que esperaba a que San Pedro los invitase a entrar en el cielo. Pasado algún tiempo apareció el Santo Portero, quien con cara sonriente les dio la bienvenida y los invitó a pasar a todos. Ya dentro del cielo, San Pedro empezó a explicarles que allí había varias estancias, y que empezarían visiteando el barrio más lujoso, que era donde habitaban los que en la tierra habían amado mucho a Dios. Era bellísimo, y estaba hecho de oro y de relucientes y brillantes piedras de gran valor. El viejo portero los invitó a que buscasen allí su casa, y a que se hospedaran en ella quienes la encontrasen. Algunos vieron con gran alborozo que su nombre estaba escrito sobre la puerta de algunas de aquellas casas y se instalaron allí llenos de alegría.
Después continuaron la visita y San Pedro les explicó que se hallaban en el barrio de los que habían amado mucho al prójimo, contribuyendo así a que el reino de Dios se extendiese por la tierra. E barrio era también muy bonito, y sus calles y casas estaban hechas de plata..Allíse aposentaron otros muchos, pero todavía quedaba un gran número de almas sin encontrar su morada. Entonces San Pedro volvió a hablar y dijo: A partir de aquí os acompañará nuestro encargado de la construcción en el cielo, inmediatamente apareció un ángel portando un gran libro bajo el brazo.    El ángel dirigiéndose a los que aun no  habían encontrado su casa, les informó de que los barrios que faltaban por visitar eran los barrios de los buenos: observaréis, continuó diciendo, que son más pobres que los que habéis visto hasta ahora, pero también son muy confortables. Este es el barrio de los buenos padres, aquel el de los buenos hijos, el de más allá el de los buenos trabajadores... y aquel que queda al final, el que se ve más humil­de de todos, ese es el de las buenas personas, el de esos que en la tierra nunca hicieron mal a nadie, pero que sus obras buenas son más bien escasas. Pasad y hospedaros donde encontréis vuestra casa.
Al cabo de un buen rato volvieron los que aún no habían encontrado lugar donde aposentarse, y entre ellos estaba doña Petra, quien toda furiosa protestaba diciendo: No hay derecho a esto, yo no he hecho mal a nadie en mi vida y quieren echarme del cielo. Verá usted, dijo el ángel: es que aquí en el cielo necesitamos obras buenas para construir sus casas, y de usted no hemos recibido ninguna. Yo he ido a misa muchas veces, replicó la vieja malhumorada, y he dado ayudas para los pobres, y hasta he sido presidenta de una ONG creada para ayudar a que han sufrido. Entonces el ángel se quedó perplejo ante aquellas rotundas afirmaciones hechas con la contundencia que doña Petra acostumbraba a hacer las, cosa y medio asustado murmuró entre dientes: Veamos, veamos. Y abrien­do el libro que llevaba bajo el brazo exclamó: aquí está. Cierto, usted ha ido varias veces a misa, pero aquí dice que era para pedirle a Dios que le diera riquezas, y que la librara de los males de la tierra, y Dios ya le concedió eso, pero no dice que usted haya hecho nada por amor a Dios o al prójimo. Nunca ha dado gra­cias a Dios por los beneficios recibidos, ni se ha sacrificado por alguien si no esperaba obtener algún provecho propio. En cuanto a su ONG, es cierto que dio mucho dinero, pero lo hizo para desgravar en Hacienda, y accedió a presidirla para adquirir prestigio y aumentar su negocio. No veo aquí rastro de amor a nadie, y sin amor no podemos construir nada en el cielo.
Al oír esto doña Petra se puso histérica, y en un acceso de rabia empezó a gritar con todas sus fuerzas: ¡No, no quiero ir al barrio de la basura y de las tinieblas.! ¡Yo  quiero vivir aquí...! En aquel preciso momento se despertó, y vio que su cuerpo y su cama estaban bañados por el sudor. Todo había sido un sueño, un buen sueño para darle a entender que aunque vieja todavía estaba a tiempo de enviar buenos materiales al cielo para construir allí su morada eterna. Ya no volvió a renegar de Dios, y en vez de pedirle que la llevara de este mundo, le pedía que la retuviera el mayor tiempo posible para poder seguir enviando buenos materiales al cielo y conseguir una vivienda tan confortable como las que ella había visto allí.
Cuando te atormenten los achaques, amigo viejo, piensa que Jesús, aunque joven, también tuvo que sufrir un Viernes de Dolores para poder conseguir un Domingo de Gloria. ¡ ¡ ¡Alleluya, por el tiempo que nos da el Señor a los viejos para seguir mejorando nuestra vivienda eterna!!!
JESÚS HERNÁNDEZ CRIADO, Secretario

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