LA ALEGRIA DE VIVIR EL EVANGELIO
Por Jesús Hernández Criado

 

Con motivo de la publicación de la exhortación  Evangeli Gaudium  se publicaron tantos comentarios que parece que  se agotaron todos, y hoy ya casi  nos hemos olvidado de ella.
Pero es tanto el bien que puede hacernos recordar esta exhortación  que   merece la pena seguir insistiendo sobre ella. El Papa nos invita al encuentro con Cristo, conocedor, sin duda, de que de esos encuentros procede la mayor felicidad  que le es dado disfrutar a un ser humano en la tierra. Esto no es así porque lo diga el Papa, ni  es una invención de eruditos y sesudos teólogos, o de hombres de ciencia, ni tampoco es una idea que proceda de monjas de clausura o de santos de altar. La idea de que el encuentro con Cristo es la mayor fuente de felicidad para los humanos nace de experiencias vividas por gentes  de todas clases y condiciones: sabios e ignorantes, ricos y pobres,  creyentes  y ateos. Sí, también los ateos han tenido encuentros con Cristo y en ese momento empezaron a creer en Dios.
Desde el Antiguo Testamento hasta nuestros días tenemos testimonios de muchas  personas que cuentan cómo  han vivido en propia persona ese encuentro, y como eso hizo cambiar su vida para mejor, aunque a veces se la complicara más. Todos podemos tener un encuentro con Cristo. Dios no excluye a nadie, ni a sus enemigos. Tal es el caso de San Pablo y San Agustín que de perseguidores pasaron a ser sus defensores, y de otros muchos  que no están en los altares, como es el caso de Paul Claudel,  André Frossard, o Alexis Carrel, por citar algunas personas célebres que siendo ateos tuvieron estas experiencias y cambiaron sus vidas. Encontrarse con Cristo es una experiencia única vivida por muchos seres humanos; yo conozco algunas personas  que dan testimonio de esto, y hasta yo mismo puedo decir que en la edad madura he llegado a descubrir el gran tesoro que es vivir un  encuentro así.
Hace algún tiempo  leí en un libro de  E. Punset,  (creo que fue en El viaje a la felicidad),  que decía  que la psicología moderna al estudiar las bases de la felicidad distingue dos tipos de fuentes, una de tipo material que proviene del  placer  de los sentidos, y otra de tipo espiritual que procede de las buenas obras.  Yo añadiría una tercera, también de tipo espiritual, que es la que procede de la comunicación con Dios. Según Seligman, psicólogo y escritor americano, la felicidad originada en el placer termina con él y lo que queda después es, a veces, la sensación de vacío. En cambio la satisfacción que procede de  las buenas obras o de la comunicación  con Dios esa perdura en nosotros,  y es la que desemboca en la verdadera felicidad, entendida como lo hace el Profeso, investigador y psiquiatra  Luis Rojas Marcos,   que la define como un  “un sentimiento de bienestar moderadamente estable, que hace pensar que la vida en general es satisfactoria, tiene sentido y merece la pena vivirse” (Nuestra felicidad, Espasa Calpe, Madrid 2000). Este  sentimiento de bienestar estable  y duradero es el que sentimos  los cristianos al cumplir los preceptos divinos. Cuentan que cuando José Antonio Vallejo Nájera estaba a punto de morir, el entrevistador le preguntó: Bueno, si ahora que estás a punto de morir alguien te asegurase que no hay nada después de la muerte, ¿te arrepentirías de haber vivido creyendo en Dios?  El gran psiquiatra le respondió: No me arrepiento de nada.  Lo que yo he disfrutado cumpliendo como cristiano eso no me lo puede quitar nadie, y con eso me doy por bien pagado de los sacrificios que pueda haber hecho  para cumplir como católico.
Esto es lo que ignoran los ateos, y hasta muchos creyentes que practican el cristianismo por rutina. Este sentimiento de felicidad que viene de hacer el bien y de la comunicación con Dios  es lo que nos pide el Papa que anunciemos los católicos a todo el que lo ignora, que son muchos. Rezar no es repetir muchas oraciones como podría hacerlo un loro; rezar es entrar en comunicación con Dios para pedirle o agradecerle algo, o reflexionar sobre cómo podemos cumplir mejor su voluntad. Estas cosas son las que nos permiten entrar en comunicación con Dios, y  en esta comunicación es cuando surge ese sentimiento de felicidad. Siempre que rezamos conscientemente nos  ponemos en comunicación con Dios, aunque no siempre es sentida esa sensación de felicidad. Sentir esto es un don de Dios, que a veces  lo da y otras no.  ¿Qué hacer para sentir en este mundo el amor de Dios?  Creo que podemos hacer dos cosas, una pedirlo: Pedid y recibiréis, ha dicho Dios  por boca de su Hijo, y otra intentar hacer su voluntad en todo momento. Esto, querer hacer siempre su voluntad, también es una forma de oración continua que predispone al encuentro con Dios, y produce ese sentimiento de bienestar moderadamente estable que el profesor Rojas Marcos define como estado de felicidad.
Acabamos de celebrar  la Semana Santa y hemos contemplado  la resurrección de Cristo. Creemos que Cristo resucitó porque así lo aseguran quienes lo vieron y dieron testimonio de ello con su vida en el martirio. San Juan, el apóstol que no fue mártir, dice en su evangelio: El que lo vio (él lo vio) lo atestigua y da testimonio de ello, y su testimonio es válido, y él sabe que dice verdad para que vosotros  creáis (Jn 19, 35)
Puede haber alguna alegría mayor que vivir sabiendo que si practicamos honradamente las  enseñanzas del Resucitado alcanzaremos  una felicidad eterna?  

 

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