CAPITULO XIII
ENSEÑANZAS DE LA IGLESIA CATOLICA: LOS CONCILIOS
1 En qué consisten las enseñanzas de la Iglesia católica.
Recordemos una vez más que la Iglesia católica tiene por misión enseñar la doctrina de Cristo. De esta misión se derivan dos obligaciones, una interpretarla correctamente de acuerdo con el espíritu de su fundador, y otra la de organizarse par cumplir su tarea apostólica lo mejor posible. La Iglesia enseña cómo ha de entenderse y practicarse en cada caso la doctrina de Cristoo, y esto es lo que llamamos aquí enseñanzas de la Iglesia, que es algo diferenciado, pero no en oposición, sino complemento, a lo enseñado por Cristo. Valgan algunos ejemplos para entender esta diferenciación entre doctrina de la Iglesia y doctrina de Cristo. Cristo no dijo que su madre fuera Virgen. La Iglesia, interpretando las Sagradas escrituras y la fe del pueblo cristiano que así lo ha creído siempre, enseña ahora como dogma que María, la madre de Cristo, es Virgen. Cristo nunca dijo que sus sacerdotes tenían que ser célibes, pero la Iglesia, convencida de que el ministerio sacerdotal se ejerce con más entrega y con más eficacia siendo célibe que casado, ha establecido que sean célibes. Cristo dijo que había que celebrar la eucaristía, pero no dijo cómo había que hacerlo. La Iglesia dice cuando y cómo hay que celebrarla. Cristo no dijo a quien había que administrar el sacramento del orden, y la Iglesia, interpretando lo que cree ser el sentir de Cristo, que sólo eligió varones, sigue administrando este sacramento sólo a los varones. Y como estos ejemplos podríamos poner un montón donde se aprecia la diferencia entre doctrina de la Iglesia y doctrina de Cristo.
¿Qué diferencia hay entre una enseñanza de Cristo y una enseñanza de la Iglesia? Mucha. Lo que es enseñanza de Cristo no puede ser modificado por la Iglesia, aunque lo pidan los cristianos. Lo que es enseñanza de la Iglesia sí puede ser modificado por ésta, aunque no lo pida nadie, y con más razón si son muchos los que lo piden. Cuando los cristianos piden cambios a la Iglesia –y en este momento se le piden cambios- deben saber qué pueden pedir y qué no.
Todas las Iglesias cristianas tienen como obligación enseñar la doctrina de Cristo, pero hay varias Iglesias cristianas, y cada una enseña cosas distintas. ¿Cómo puede ser eso? Porque cada una interpreta las Escrituras de forma diferente. La doctrina de la Iglesia Católica se ha elaborado casi toda en los concilios, y está recogida en los documentos conciliares y en los documentos pontificios. ¿Qué son los concilios? Son reuniones de la jerarquía católica y personas invitadas por los convocantes del Concilio, donde se resuelven asuntos importantes relacionados con la fe, la pastoral, o el gobierno de la Iglesia Católica. En estos concilios se han definido casi todos los dogmas que creemos los católicos. Contrario a lo que hoy nos pueda parecer, durante casi todo el primer milenio los concilios no fueron convocados por los Papas, sino por los emperadores de Asia Menor, celebrándose los ocho primeros en ciudades asiáticas, lo que nos da idea de la influencia que entonces ejercía Oriente en la religión católica.
En total se han celebrado 21 concilios, siendo los ocho primeros presididos por los emperadores y celebrados en Oriente, por ser allí donde se originaron las controversias, y los trece siguientes convocados y presididos por los Papas, se han celebrado en la Europa Occidental. Hasta el octavo concilio (año 869/70) asistieron todas las Iglesias cristianas a los concilios, incluidas las ortodoxas, pero con la llegada de Miguel Cerulario al patriarcado de Constantinopla (1000/10059) se separaron estas Iglesias de la de Roma y dejaron de asistir a los concilios, aunque últimamente han vuelto a asistir en calidad de invitados.
Ante los hechos que han ocurrido en algunos de ellos no podemos menos de preguntarnos hasta qué punto pueden ser creíbles las decisiones tomadas en los mismos, cuando las presiones y los intereses privados de las partes convocantes influían de modo decisivo en los acuerdos tomados. La Iglesia siempre ha sostenido que las decisiones en materia de fe aprobadas por los Papas nombrados legalmente y en comunión con la mayoría del Colegio Episcopal, son verdades infalibles cuando se trata de la interpretación de las Sagradas Escrituras. Sin embargo, no faltan quienes opinan que estos dogmas definidos en los concilios se basan en nociones y conceptos propios de la filosofía y del modo de ser entendida la doctrina en cada momento, lo que puede obligar a reentenderlos en nuevas discusiones teológicas a la luz de los nuevos conocimientos y de las nuevas circunstancias que vayan surgiendo.
Desde el punto de vista humano parece que pueden tener razón quienes opinan que las decisiones tomadas en unos concilios puedan ser revisables en otros. Así funcionan los Estados democráticos que deciden las leyes por mayorías, pero la Iglesia no sigue ese camino. Es que la Iglesia no fundamenta sus verdades de fe en los consensos, porque sabe que estos no pueden hacer verdades. La Iglesia fundamenta sus verdades en la palabra de Dios, y Dios no puede decir hoy algo distinto a lo que dijo ayer. Hoy la Iglesia considera que el único infalible en materia de fe es el Papa, no el concilio:
El Papa, obispo de Roma y sucesor de Pedro “es el principio y fundamento perpetuo y
visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (LG 23). El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal que puede ejercer siempre con entera libertad (LG 22;cf CD2;9)
El colegio o cuerpo episcopal no tiene ninguna autoridad si no se le considera junto con el
Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como cabeza del mismo. Este colegio (o cuerpo episcopal) es también sujeto de potestad suprema y plena sobre toda la Iglesia que no se puede ejercer ... a no ser con el consentimiento del Romano Pontífice
La potestad del Colegio de los obispos sobre toda la Iglesia se ejerce de modo solemne en el Concilio Ecuménico. No existe Concilio Ecuménico si el sucesor de Pedro no lo ha aprobado, o al menos aceptado como tal
La Iglesia no fundamenta la infalibilidad del Papa en su saber, ni en que tenga línea directa con Dios, ni en los acuerdos de las mayorías, sino en la promesa de Cristo de la asistencia del Espíritu Santo, asistencia que es para casos puntuales relativos a .la interpretación de las Escrituras y a la enseñanza de la doctrina de Cristo, y no para hacerlo mas científico ni más poderoso. Pero con esto y con todo no es fácil entender en qué es infalible el Papa y en qué no, y esta dificultad no la tenemos sólo los cristianos de a pie, hay también muchos expertos que no tienen nada clara esta cuestión. Copio un párrafo de un experto, del jesuita Profesor Emérito de Teología y Ciencias, de la Universidad de Lovaina, Edouard Boné.:
Hay que decir con toda claridad que el conocimiento que tenemos de la revelación es asimismo balbuciente, sujeto a error, susceptible de purificación y de ahondamiento, y no sólo en los creyentes individuales, sino también en la iglesia en su conjunto, y hasta en la cima de su jerarquía y de su Magisterio, pues el ejercicio de la infalibilidad requiere condiciones muy estrictas y que, en su conjunto, en contadísimas ocasiones se producen.
Es importante tener en cuenta lo que aquí dice Boné, porque muchos creyentes y no creyentes se escandalizan cuando encuentran rectificaciones en cosas que se han venido enseñando en la Iglesia. Si no son materia de dogma no hay motivo para escandalizarse por el cambio, como no lo hay cuando algún teólogo expresa opiniones diferentes respecto algún punto de fe que no es materia de dogma. Dogma, ya lo advierte Boné son muy pocas cosas.
Los dogmas son temas que se refieren a cuestiones de fe, y esto no puede someterse ni a la opinión de las mayorías, ni a comprobaciones científicas, porque la ciencia no dispone de medios para este tipo de comprobaciones. La fe es algo creíble, no algo comprobable, y lo que creemos que ha sido revelado por Dios es razonable tomarlo como cierto, aunque las limitaciones de nuestra razón nos impidan llegar a su comprensión. Por esto la Iglesia no es partidaria de racionalizar en exceso los temas revelados, porque lo revelado pertenece a lógica de Dios, y esa lógica no es como la nuestra Tenemos que contentarnos con caminar entre tinieblas, guiados por la luz que nos da la Revelación que viene de Dios, pero con la oscuridad que proviene de nuestra razón por carecer de capacidad para comprender todo aquello que nos sobrepasa. La dificultad, pienso yo, no está en admitir que lo revelado es cierto, sino en saber qué es lo revelado y cómo debe ser interpretado, aunque esto tampoco es para acongojarnos, pues la salvación no es cuestión de ciencia, ni de ni saber mucho, sino de buena voluntad y de querer conformar nuestros comportamientos con lo que creemos que es la voluntad de Dios.
4 ¿Son aceptadas hoy las enseñanzas de la Iglesia Católica?
Hay determinado tipo de enseñanzas de la Iglesia católica que son aceptadas por un amplio sector de la población española, especialmente las que se refieren a las obras de caridad, pero hay otras que son fuertemente criticadas y rechazadas en la práctica, como por ejemplo las que se refieren a la moral sexual, al aborto y a otras cuestiones de bioética. De una manera clara los jóvenes, en su mayor parte, no están siguiendo la doctrina de la Iglesia en varios aspectos, dando más valor a lo que llaman ética cívica que a la ética o moral religiosa. Hoy están abiertamente enfrentadas la moral laica y la moral religiosa, ganando terrero la primera y perdiéndolo la segunda, con lo cual, a nuestro entender, y al de otros muchos, la sociedad está en claro retroceso en la práctica de los valores humanos.
Conocer los valores humanos y ensalzarlos es una cosa, y practicarlos es otra diferente. En la moral laica se ensalza la defensa de la libertad, de la justicia, la solidaridad entre las gentes, el respeto a la dignidad humana, etc etc. y fundamentan estos valores en convivencia humana, y para imponerlos se establecen las leyes, Estos valores son compartidos tanto por el cristianismo como por el laicismo, pero difieren en su aplicación, y sobre todo en sus fundamentos. Al hablar de la contribución del cristianismo a la civilización europea vimos como sacerdotes paganos y emperadores romanos invitaban a sus gentes a que imitasen los comportamientos de los cristianos, pero sin hacerse cristianos. Esta idea no ha sido exclusiva de los romanos. En varias ocasiones al intentar extender nuevas ideologías sociales –comunismo, marxismo, laicismo, etc- se han recomendado valores sociales nacidos del cristianismo, pero quitándole el fundamento cristiano, el de la justicia divina, ¿y cual ha sido el resultado? Que esos valores desprovistos de su fundamento en Dios no han servido para mucho, porque lo importante de un valor humano no es conocerlo y saber que es bueno, lo importante es vivirlo, llevarlo a la práctica, y, dígase lo que se diga, siempre hay más estímulo para sacrificarse por hacer lo bueno y evitar lo malo cuando sabemos que si hacemos lo bueno tendremos premio y que si hacemos lo malo tendremos castigo. Y esta seguridad, ya lo hemos dicho en otra ocasión, sólo la da la justicia divina. Quitando a Dios de la sociedad quitamos el freno más eficaz contra la corrupción social, que es el miedo al castigo y quitamos uno de los móviles mas importante para el hombre, que es el de la recompensa.
.¿Quiero decir con esto que sólo los cristianos pueden ser íntegros, y que los no creyentes son inmorales? De ninguna manera. Todos conocemos a cristianos que son corruptos y a no creyentes que son íntegros. Pero un cristiano corrupto no es buen cristiano, no es un buen creyente en Cristo, y un ateo íntegro tiene que ser un buen creyente en la justicia, o en el valor que le produce y sostiene esa integridad. Los cristianos, sin despreciar otros fundamentos de la moral, encontramos más fuerza para fundamentar nuestra ética en el amor y en la justicia de Dios que en las instituciones humanas.. Tal vez sea esto lo que anima a muchos no creyentes, o poco creyentes, a pedir que se le enseñe religión a sus hijos, por entender que los fundamentos de los principios cristianos dan mejores razones que los laicos para mantenerse íntegros.
Este es un dilema que hoy se presenta a muchos cristianos. Todos los teólogos que yo conozco coinciden en admitir que debe prevalecer la conciencia del individuo frente a cualquier norma, venga de donde venga la norma, por la sencilla razón de que es el individuo de forma personal y directa quién tiene que responder ante Dios de sus actos. Es el individuo, no la Iglesia, ni el Estado, quien se salva o se condena, y de ahí la responsabilidad personal y plena de sus propios actos. El entonces cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, decía en el concilio del Vaticano II:
Aún por encima del Papa como expresión de lo vinculante de la autoridad eclesiástica se halla la propia conciencia
Esto de hacer prevalecer la conciencia del individuo por encima de cualquier norma cae muy bien en esta sociedad moderna en la que tanto se ensalza la libertad, pero no es para repicar las campanas de contentos, porque a mayor libertad de acción mayor responsabilidad respecto a lo que hacemos. Dios, que nos dio la libertad de obrar, se reservó el derecho a juzgar nuestros comportamientos, y de juzgarlos según su criterio, no según el nuestro. Y esto es precisamente lo que tanto preocupa a los que se ocupan del tema de su salvación.
¿Qué pasa si la Iglesia advierte que algo es pecado y nosotros, desoyendo esa advertencia, obramos a espaldas de lo que dice la Iglesia? Se pueden dar estas hipótesis:
Pero quizá todo esto tampoco sea así de sencillo. En estos casos tenemos que recordar lo que dice Boff respecto al juicio particular de cada uno:
“... se verá con plena claridad hasta eso que la segunda naturaleza que el pecado puede eventualmente haber creado en nosotros hasta el punto de dejarnos con la conciencia tranquila, revelándose en ese instante su falsedad fundamental”.
Es decir, que en nuestro juicio particular veremos con claridad si los argumentos que aducimos para obrar de forma distinta a como aconsejaba la Iglesia eran correctos o eran argucias que aducíamos para tranquilizar nuestra conciencia y hacer lo que nos apetecía. Lo malo de esto es que o nos damos cuenta de esta trampa mientras estamos en este mundo, y lo corregimos, o si esperamos al juicio final ya es un poco tarde. Todo esto nos lleva a pensar que o tomamos en serio este negocio de la salvación, siendo muy sinceros con nosotros mismos, o podemos encontrarnos con una morrocotuda sorpresa el día del juicio final.
No es serio que prestemos menos atención a la salud del alma que a la salud del cuerpo. Para curar el cuerpo no estudiamos medicina, pero pedimos consejo a quienes la estudian, y nosotros mismos nos procuramos algunos conocimientos sobre lo que hace bien o mal a nuestra salud. Para la salud del alma tampoco hace falta que estudiemos teología, ni moral, pero parece prudente tomar consejo de quienes estudian esos temas, y tampoco está de sobra adquirir algunos conocimientos por nuestra cuenta sobre lo que puede hacer bien o mal a la salud de nuestra alma.
Si decimos que debe prevalecer la conciencia, ¿qué papel juegan en la vida de los creyentes las leyes de su Iglesia y las de su Gobierno? Las Iglesias como sociedades organizadas pueden dar normas que obliguen a los que pertenecen a ellas, pero no pueden dar leyes que obliguen a pertenecer a ellas, ni pueden obligar coercitivamente al cumplimiento de sus normas religiosas, porque pertenecer a una religión es potestativo del individuo; sin embargo el que libremente acepte una religión está obligado moralmente a cumplir sus leyes. El Estado debe amparar a los individuos para que puedan. obrar según su conciencia. Es un derecho de todo individuo poder obrar según su conciencia en tanto no hagan daño a otros. En eso consiste la verdadera libertad del hombre. Las leyes de los Gobiernos obligan a sus súbditos, cualquiera que sea su religión en tanto en cuanto sean justas, y se convierten en injustas cuando impiden al hombre obrar con arreglo a una conciencia rectamente formada, porque atentan contra lo más sagrado del hombre, que es su libertad..
Los cristianos lo tenemos muy claro: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Gracias a este lema, defendido con sangre por los primeros mártires, .ha podido la humanidad conocer a Cristo. Para cualquier creyente su Dios es lo primero, y los gobiernos deben respetarlo mientras no falte al amor y al respeto a las personas.