LAS CLASES Y LOS EXÁMENES

Es obvio que el fin de toda Universidad es enseñar, y que las ense­ñanzas se imparten a través de las clases, realizándose luego durante el curso, y al final del mismo, controles para comprobar
el progreso de los alumnos. Así han funcionado siempre todas las uni­versidades, y ajustándose a este modelo ha sido creada también, la Uni­versidad de la Experiencia.
Sin embargo, aún siguiendo el patrón general, esta Universidad de la Experiencia es diferente a todas las conocidas, y se distingue fundamen­talmente en lo siguiente:

  1. En sus fines: las típicas Universidades que hoy conocemos tienen por objeto, en cuanto a enseñanza se refiere, capacitar a sus alumnos para que puedan ejercer un puesto de trabajo en la sociedad. En la Uni­versidad de la Experiencia no se trata de capacitar para poder realizar un trabajo futuro, sino para que el individuo aprenda algo que le sea útil para vivir su propia vida en el tiempo actual.
  2. En sus alumnos: la inmensa mayoría de los alumnos que asisten a las clases universitarias son jóvenes. Aquí todos son mayores o muy mayores.

En la forma de impartir las clases y de realizar los exámenes. No es en la forma de impartir las clases donde más diferencias hay, pues recuerdan mucho la forma tradicional que conocimos en nuestros tiem­pos jóvenes. Sin embargo, lo que sí cambia por completo es la forma de realizar los exámenes. En toda universidad convencional un examen con­lleva siempre para el alumno la calificación de apto o no apto para pasar a otro grado de conocimientos, o para acceder al título final, que es la aspiración máxima de todo alumno; la posibilidad de ser declarado no apto crea angustia en todo estudiante. Esto desaparece en la Universi­dad de la Experiencia, y eso hace cambiar por completo la forma de estar en la clase y la relación de profesor-alumno, haciéndolo todo mucho más grato y humano. En la Universidad de la Experiencia podrán resultar las clases entretenidas o aburridas, pero nunca agobiantes ni estresantes. Aprender o no aprender en ellas no lleva al aprobado o al suspenso, ni deja en evidencia a nadie ante los demás. Este es quizá, el mayor aliciente para muchos que se apunten a este Programa Universi­tario para mayores. El mayor provecho que un alumno puede obtener de su paso por esta Universidad no está en lo que le digan en las clases, sino en que él sepa aplicar eso a su caso particular, y eso nadie más que él lo puede valorar.
Respecto a qué materias se dan en las clases, cómo están éstas orga­nizadas y en qué consisten las evaluaciones, pensamos que no es preciso repetirlo aquí, porque ya queda explicado en la segunda parte del libro por la Directora de esta Universidad. Nos imaginamos las dificultades que habrán tenido que vencer los diseñadores del Plan de Estudios y los profesores para llegar a concretar qué enseñar y cómo hacerlo a per­sonas tan mayores.
Determinar las materias que tiene que enseñar una Universidad para capacitar profesionales que puedan ejercer una determinada profesión tiene que resultar más fácil que crear una Universidad para unos mayo­res que lo único que pretenden es seguir viviendo lo mejor posible la vida que les quede. ¿Qué materias enseñar para vivir mejor la vida en la edad madura? Este era el reto de quienes se enfrentaron por primera vez con la creación de una Universidad específica para mayores. Y la verdad que tenía sus dificultades. Pero, ¿y los profesores? ¿Qué decir de ellos? ¿Cómo enseñar a personas con fama de desmemoriadas —a todos los mayores se nos carga el sambenito de desmemoriados, y lo malo es la parte de razón que hay en ello— y además a un grupo tan diverso en conocimientos que van desde estudios primarios hasta estu­dios universitarios? Tampoco es pequeño su reto en este sentido. A nuestro juicio todos ellos han sabido salir airosos de este trance, y los felicitamos por ello, a la vez que los animamos a que sigan profundi­zando en este campo para ir mejorando todo lo que sea susceptible de mejora. Siempre hay cosas que mejorar.


JESÚS HERNÁNDEZ CRIADO

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