CREER EN LOS EVANGELIOS  Y EN EL ESPÍRITU SANTO

 ¿Son creíbles los Evangelios? 

 Los no creyentes afirman que no son dignos de crédito: Primero porque no tenemos los originales escritos por los apóstoles, segundo porque los textos que nos presenta la Iglesia están manipulados por ella, y tercero porque no hay datos de los historiadores de la época confirmando que lo que han contado los apóstoles sea cierto. ¿Sabemos qué responder a estas objeciones?  Saber esto no es necesario para salvarnos, pero sí para entrar en diálogo con los que no creen, para y transmitir una fe creíble, y para reforzar nuestra propia fe.

Respecto a la primera objeción, es cierto que no disponemos de los originales completos de los apóstoles. Los evangelios, como todos los documentos de la época, se escribieron en papiros, material que se conserva mal a través del tiempo, pero hay documentos suficientes para poder tener la seguridad de que los Evangelios que enseña la Iglesia se corresponden con los originales que escribieron los apóstoles. Se conservan más de 5.000 copias manuscritas de los evangelios primitivos, y están hechas con tanta exactitud que de mil partes 999 son exactamente iguales, y ninguna de las  variaciones encontradas son sobre temas fundamentales. Son equivocaciones al hacer las copias, tales como poner una letra por otra, cambiar el orden de las palabras, etcétera. Dicen los expertos en la materia que a la vista de los datos que hoy conocemos puede asegurarse que hay garantías de que  los Evangelios que enseña la Iglesia Católica contienen lo mismo que figuraba en los Evangelios escritos por los evangelistas. Hay varios documentos que así lo confirman. Uno son los papiros Bodmer, que es un grupo de 22 papiros descubiertos en Egipto en el año 1952. Estos papiros contienen segmentos del Antiguo y Nuevo Testamento, literatura del cristianismo primitivo. El Papiro Bodmer, datado en el año 175, es la copia más antigua que existe de fragmentos de los Evangelios de Juan y Lucas. Descubierto en Egipto a principios de la década de los cincuenta del siglo pasado ha tenido una influencia decisiva en el curso de los estudios bíblicos. Por su cercanía a la muerte de sus autores se considera que su contenido se corresponde con los originales que pudieron escribir los citados evangelistas.

Están también los  papiros  de Rylands, descubiertos en 1935,  que se conservan en Manchester y  es  solo treinta y cinco años posterior a san Juan, y tambien coinciden  con las copias de los evangelios que circulan hoy. De las Cuevas de Qumran  tenemos el papiro conocido como 705 del pa­dre O'Callaghan que  es  solo diez años posterior a Marcos, y que también coincide con el  pasaje de Marcos 6, 52 ss.  Son muchos los críticos que dicen  que no hay ningún libro de la literatura clásica que tenga las garantías de histo­ricidad que tienen los Santos Evangelios. 

 ¿Hay  manipulación en los evangelios por parte de la Iglesia?

 Esta es otra objeción que ponen los ateos para desprestigiar los evangelios. Siendo éstos  el fundamento del cristianismo, y habiendo habido tantos y tantos detractores de esta religión los mismos en todos los tiempos y en todos los niveles culturales, es lógico que se hayan examinado desde todos los puntos de vista posible para encontrar sus verdades y sus errores. Científicos y especialistas de todas las creencias han investigado sobre ellos, unos para defender su credibilidad y otros para demostrar su falsedad. Ni los primeros convencen a los segundos ni éstos a los primeros. Cuando hablamos de manipulación nos referimos  a dos cuestiones: Una se refiere a si los autores originarios fueron veraces al relatar los hechos, o si por el contrario adulteraron éstos para obtener algún provecho; la otra es si los textos que enseña la Iglesia  se ajustan a lo que escribieron los autores originarios o si por el contrario ésta ha suprimido, añadido o alterado lo que los autores expresaron en sus escritos.

Los análisis de los Evangelios se han hecho desde el punto de vista interno y desde el punto de vista externo. Desde el punto de vista interno se analiza si  lo que dicen los escritos concuerda con la tradición de los primeros cristianos (la transmisión oral), y hecho este análisis se ha visto que hay plena concordancia. Desde el punto de vista externo se analiza si lo que se dice en los evangelios concuerda con la historia de la época, con la geografía donde ocurrieron los hechos, con la cultura de su tiempo y con los conocimientos actuales que tenemos de aquellos tiempos a través de la historia,  de la  arqueología, la antropología, paleontología, etc.  Todos estos estudios apuntan a que los evangelios dicen verdad.

Después de todos estos estudios los creyentes pensamos  que es racional creer que los evangelios son dignos de todo crédito. A todo esto podemos añadir la bondad de las enseñanzas evangélicas. La civilización Occidental (incluida Norteamérica) ha sido fundamentada en los valores cristianos derivados de los Evangelios, y esta civilización es considerada la más adelantada de cuantas existen en el mundo.  Por todo esto yo creo en los evangelios y practico, o al menos intento practicar,   sus enseñanzas.

¿Es cosa de ignorantes creer en los evangelios?

Algunos  ateos, creyéndose más listos que nadie y presumiendo de progres por haber descubierto el engaño de los curas y haberse liberado del yugo de la religión, nos acusan de ignorantes, rancios, y retrógrados a quienes seguimos creyendo en Dios y en los evangelios. Esta acusación carece de todo fundamento. En todas las épocas ha habido, y sigue habiéndolos, creyentes científicos e intelectuales de primera fila. ¿Por qué unos científicos creen y otros no? Por las mismas razones que creen o dejan de creer los ignorantes. Porque la fe es cosa de Dios,  y Dios no la da según la ciencia si no que la deja al libre albedrío de cada cual. Se la da  a quien la busca y se la niega a quien la rechaza, sea científico o ignorante, rico o pobre.   

                                         EL ESPÍRITU SANTO

 ¿Quién es el Espíritu Santo? Hemos hablado del Padre y del Hijo, y para terminar la  trilogía nos falta hablar de Espíritu Santo.  ¿Quién es y qué hace este Espíritu?

En el credo  niceno-constantinopolitano decimos: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas». Ese es el E. S.: Un Espíritu  que procede del Padre y del Hijo, y da la vida eterna. Nos da la luz para conocer al Padre y al Hijo, y enciende el fuego del amor divino en el corazón de los hombres. Es el que mantiene la fe en el mundo entero. Cristo ha dicho de él: “Cuando venga el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16,13,) y  San Pablo dice que “nadie puede decir que Jesús es el Señor, sino con el Espíritu Santo.” , (1 Co. 12,3),  es decir, nadie puede reconocer a Cristo como Hijo de Dios si el E.S. no se lo hace saber. Él es nuestra luz y nuestra guía en el camino de la salvación. Es tan importante que Cristo ha dicho de Él:  Cualquiera que diga alguna palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado; pero el que hable contra el Espíritu Santo, no será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.(Mt. 12,32).

Tal vez alguno al leer esto se le ocurra pensar: Bueno, si el Espíritu Santo nos guía hasta la verdad, ¿para que queremos a Cristo?  O al revés, si ya tenemos a Cristo que es nuestro redentor ¿para que queremos al Espíritu Santo? Jesucristo estuvo entre nosotros hace dos mil años y subió a los cielos, pero antes de subir dijo a los apóstoles: “Os conviene que yo me vaya porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito (el E,S.); pero si me voy os lo enviaré y cuando él venga convencerá al mundo en lo referente al pecado, a la justicia y al juicio... “  (Jn 16, 7-9). Al dejarnos Cristo envió al Espíritu Santo para que nos mantuviéramos unidos con Él y con el Padre, porque  al proceder del Padre y del Hijo es el más indicado para mantenernos unidos a los dos. 

 Tenemos así la trilogía de personas divinas, pero unidas en un solo Dios. Nuestro Dios no lo es al estilo budista, donde tienen un Dios principal, Shiva o Shivá, y otros dos  dioses menores que son Brahamá (dios creador) y Visnú (dios preservador). Nosotros tenemos una trinidad de personas divinas, pero no una trinidad de dioses.  Nuestro Dios es algo así como nuestra alma, donde hay tres facultades o potencias distintas: memoria, entendimiento y voluntad, pero una sola alma. Así como nuestros conocimientos y nuestra memoria influyen en nuestra voluntad para que actúe, así el Padre y el Hijo dirigen la acción del Espíritu Santo, y todo lo que éste hace es fruto del querer de aquellos.

 ¿Por qué creer en el Espíritu Santo? 

Hay dos razones fundamentales para ello. Uno es porque Cristo, que ha demostrado ser Dios, nos ha hablado de su existencia y de su misión, y el otro es porque se ha manifestado actuando a la vista de los hombres. Los apóstoles vieron lo que aconteció cuando vino sobre ellos este Espíritu y sintieron sus acción vivificante. Esta acción vivificante ha sido percibida por innumerables personas de todas las culturas y razas dando lugar a la conversión de muchos. La Iglesia lo invoca constantemente pidiendo su luz y su ayuda en su constante peregrinar por este Valle de lágrimas, y también de alegrías y satisfacciones, que no solo penas hay en este mundo.

 Dones del Espíritu Santo.  Un don es algo que da  gratis quien puede y quiere darlo.  El Catecismo de la Iglesia católica (núm. 1831) enseña que los  dones de el Espíritu Santo (lo que nos da el E.S. cuando viene a nosotros) son siete: Sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, y temor de Dios. Hay tres dones que parece que son redundantes pero que no lo son: Sabiduría, inteligencia y ciencia. Cada uno expresa un concepto diferente: La sabiduría que da el E.S. se refiere a la capacidad de juzgar y obrar conforme a la voluntad de Dios expresada en las Escrituras. La inteligencia  que da el E.S. se refiere a la capacidad para comprender la Escrituras. Comprender las escrituras es una cosa, y juzgar y obrar conforme a ellas es otra cuestión distinta. Y finalmente la ciencia que da este Espíritu no es el saber muchas cosas sino la de conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. La ciencia que da el Espíritu Santo no es la que se aprende en los libros si no la de obrar conforme a los planes del Creador.

Frutos del E.S. El Catecismo de la Iglesia Católica en el número 1832 recoge los doce frutos del Espíritu Santo: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, modestia, mansedumbre, fidelidad, continencia y castidad. Cuando percibimos que el E.S. habita en nosotros  -somos templos del E.S.- es tal el gozo y la paz que se sienten que lo llena todo.

                                    RESUMEN FINAL.

  Con esto terminamos nuestras reflexiones sobre Dios en este  año de la Fe. Hemos hablado del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y hemos expuestos nuestra convicción de que no se trata de un Dios inventado por los hombres, sino de un Dios que se ha manifestado de forma reiterada y reconocible por sus acciones.  La persona del  Padre se  manifestó a Abraham, a Moisés y a todo el pueblo hebreo en la travesía del desierto, y más tarde habló a los Profetas. El Dios Hijo se manifestó al pueblo judío en la persona de Jesús de Nazaret, reconocible como Hijo de Dios por   sus enseñanzas y sus milagros,  y de forma especial por su resurrección.  Y la tercera persona, el E.S., se manifestó en el Bautismo de Jesús, y de forma más ostensible con su venida sobre los apóstoles haciendo que sus vidas cambiasen por completo.

Nuestro Dios no es una utopía, ni una entelequia, ni un producto del miedo o del engaño, ni tampoco producto de una neurosis obsesiva. Es Alguien real,  Alguien que ha dado  y da constantemente señales de vida  actuando ante los hombres y dejando sus huellas para quien quiera verlas. Como dicen muchos teólogos deja suficiente luz para que lo encuentre quien lo busca y suficiente oscuridad para que no lo vean quienes no quieren verlo. Somos libres para  creer que existe o para negarlo, pero no lo somos para obviar a nuestras responsabilidades.  Si hacemos mala elección por culpa nuestra, porque no hemos sido diligentes en buscar la verdad, seremos culpables de nuestra negligencia, y Dios, aunque misericordioso también justo, tendrá que castigar nuestra culpa.

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