1
 
                                    SOLILOQUIOS DE UN FILÓSOFO


   NOTA: En esta reflexión, mezcla de ficción y realidad, queremos reflejar nuestra creencia de  que el conocimiento que más nos acerca a Dios no se adquiere a través de los libros, ni  viene de  nuestras reflexiones, sino que viene de arriba, del hecho de que Dios quiera revelarnos algo de sí mismo.


  Había una vez un filosofo que quería conocer la verdad sobre Dios, y cuanto más estudiaba más lío se formaba en su cabeza.
Abrumado por esta idea decidió recluirse en su aldea natal para meditar sobre esto. Todos los días salía a pasear en soledad, y mientras paseaba  le daba vueltas a la idea de Dios.  En uno de esos paseos se encontró con un pastor que cuidaba un  rebaño con más  de mil ovejas. Charlando con él se enteró de que el pastor conocía a casi todas, porque a todas las había criado él,  pero confesaba su imposibilidad de conocerlas  a todas por su parecido.
El filósofo siguió su paseo y  mientras lo hacía razonaba así:  Este pastor confiesa que le es imposible conocer a sus mil ovejas. En el mundo dicen que somos más de siete mil millones de personas. ¿Cómo puede Dios conocerlas a todas y saber qué hace cada una de ellas? Y si no las conoce ¿cómo podrá juzgarlas?. Será, se dijo para sí, que cada una tiene a su ángel de la guarda y éste le cuenta lo que hace su protegido. Pero aun así, se decía ¿cómo uno solo puede controlar y ser capaz de juzgar a tanta gente como en el mundo somos?
Mientras le daba vueltas a esta idea, el ruido de un avión vino a sacarlo de su abstracción, miró al cielo y su pensamiento voló mas allá de la bóveda celeste que envolvía a la Tierra, y vino a recordar lo que le decía su profesor de astronomía, que hay más de 500 mil millones de galaxias, y que hay galaxias que tienen varios cientos de miles de millones de estrellas, todas moviéndose en el espacio  y sin chocar las unas con las otras.
¿Y cómo pueden moverse suspendidos en el espacio miles y miles de millones de astros sin chocar los unos contra los otros? Porque están ajustadas sus distancias milimétricamente –les decía el profesor- para que las cuatro interacciones o fuerzas fundamentales (fuerza nuclear fuerte, fuerza electromagnética, fuerza nuclear débil y fuerza gravitacional) interactúen entre sí de forma que se atraigan o se repelan justo lo necesario para que sigan su orbita sin salirse de ella.
Sí, se decía el filosofo, ¿pero quien ha calculado esas distancias y esas fuerzas para que se mantenga el orden en el espacio? ¿El azar? ¿La naturaleza?  
Y de recordar las clases de Astronomía pasó a las de Biología,  donde le enseñaron que en nuestro cuerpo  hay más de 10 billones de células vivas, algunas tan diminutas que no llegan a pesar  más de una billonésima parte de un gramo. ¿Cómo pueden vivir siendo tan pequeñitas? Como seres vivos independientes que son, les decía el profesor, todas nacen, crecen, se nutren,  se relacionan con otras, se reproducen y mueren. ¿Y que hacen durante su vida? Según los científicos son como fábricas en miniatura con miles de piezas entrelazadas. Cada célula es una maquina mucho más complicada que cualquier otra construida por el hombre, y lo extraño es que siendo tan pequeñísimas sean capaces de crear  información que otras interpretan y obran conforme a esa información. ¿Son pura y simplemente reacciones químicas producidas por el azar, o al crearlas ha habido intencionalidad de que obren conforme a unas leyes dadas por alguien con inteligencia?
Con estas reflexiones nuestro filósofo se preguntaba: ¿Habrá una inteligencia  que  haya creado todo esto, y que haya impuesto un orden a todo, con un fin determinado, o todo será producto  de la casualidad y del azar, y todo camina sin rumbo hacia donde el azar lo lleve?
Esto le hizo pensar en Dios y recordó aquellas clases de religión en las que el fraile que las daba les decía, recordando a San Máximo el Confesor y teólogo de Constantinopla,  que no trataran de entender la naturaleza de Dios, pues es inaccesible para la mente humana. Recordó también lo que dice de Dios el filósofo dominico Ecarte, según el cual Dios es distinto a todo lo conocido y por consiguiente no podemos definirlo ni comprenderlo.
Abrumado con estos pensamientos, y cansado de pasear y de meditar, se sentó y extendió su vista contemplando la vasta llanura que se divisaba desde su estratégico asiento. Con la mirada perdida a lo lejos, mirando hacia allí  donde el cielo se toca con la tierra, sintió como un escalofrío en su cuerpo  y notó cómo una intensa emoción invadía súbitamente su corazón. Durante  un tiempo  se sintió como transportado a otro mundo. Allí percibió  una luz de la cual emanaba una felicidad tan intensa que parecía que   iba a estallarle el corazón de un momento a otro. Pasado ese momento, cuando volvió en sí, percibió un gran dolor en el  corazón y unas grandes ganas de llorar de gozo y de agradecimiento por lo que acaba de experimentar. En ese poco tiempo  adquirió  más conocimientos sobre lo que puede ser Dios  que  en todos los años de estudios y de cavilaciones.
Cabizbajo volvió a casa pensando en lo que acaba de sucederle. No dijo nada a nadie. Pero desde ese día se sintió como atrapado por Dios y disfrutó siempre de un gozo que nunca antes había experimentado. Así percibía a Dios: Inconmensurable, incomprensible, inaprensible, inexplicable, poseedor y dador de una felicidad  incapaz de ser soportada por el corazón humano porque está destinada al soplo divino impreso en nuestra alma.          

     Volver a pagina principal